Foto: Marina Casanova |
La quinta cita del ciclo de cámara de la ROSS de esta temporada estuvo marcada por el fallecimiento el último día del pasado año del excelente clarinetista de la orquesta Piotr Szymyslik. A él dedicó el concierto el también clarinetista y compañero Miguel Domínguez Infante, con palabras de gran sentimiento y sensibilidad que destacaron el carácter jovial y distendido del músico desaparecido, y nos invitó a recordarlo no a través del espíritu de la primera obra programada, sino más bien del carácter amable y relajado, además de puntualmente enérgico, de la última. Y es que en efecto, Crisantemi de Puccini es una obra que el compositor de Lucca compuso a la muerte de su amigo Amadeo de Saboya, que fue rey de España, breve y tan polémico que abdicó provocando la proclamación de la Primera República. Tras su regreso a su país, Italia, falleció de una neumonía en 1890. Puccini le dedicó inmediatamente esta pieza titulada así en referencia a la connotación fúnebre que los crisantemos tienen en Italia.
Aunque es más conocida en su versión para orquesta de cuerdas, y así la utilizó convenientemente adaptada Alex North para la película de John Huston El honor de los Prizzi, los solistas de la ROSS la interpretaron en su versión para cuarteto de cuerdas, todo un detalle y una oportunidad para disfrutarla en su concepción original. La respuesta del conjunto no pudo ser más emotiva y delicada, con Alexa Farré definiendo ya desde esta primera pieza su carácter dominante y exigente, y un seguimiento del resto elocuente y disciplinado, impecable desde el punto de vista técnico, fluido y emocionante desde el más puramente expresivo. El allegro vivace B120 de Dvorák se conservó en estado de manuscrito hasta que fue publicado en 1951, como primer movimiento de un cuarteto de cuerda que el compositor bohemio compuso en 1881 para el conjunto de su amigo Joseph Hellmesberger, y abandonó cuando sólo quedaba añadirle algunas precisiones para las partes del segundo violín y la viola. El espíritu solemne y apesadumbrado de la pieza de Puccini dio paso a otro más afable y desenfadado, cargado de emotividad, que los intérpretes resolvieron con sentido del diálogo y la transparencia.
Ambas piezas, sin menospreciar su belleza y oportunidad, sirvieron como aperitivo del Quinteto para clarinete en si menor de Brahms, plato fuerte del programa y crisol de las virtudes de cinco músicos entregados en cuerpo y alma a la delicada empresa. Este trabajo soberbio, lúcido y consumado logro de arquitectura musical, encontró en Domínguez Infante un traductor de lujo, siempre preciso no sólo en el virtuosismo técnico que demanda la pieza, sino también en su flujo emotivo sobrado de amabilidad y honda sensibilidad. Su atmósfera melódica quedó bien plasmada desde el allegretto inicial, con el clarinete suave y sus ideas fluyendo graciosamente en el acompañamiento de cuerda. El acento elegíaco de Crisantemi emergió de nuevo en el adagio del quinteto de Brahms, con el solista potenciando su carácter rapsódico y ornamentando de forma exquisita. El conjunto optó por imprimir al andantino un aire algo más áspero que el resto, pero siempre prestando especial atención al diálogo fluido y la compenetración más absoluta, algo que se hizo también patente en el con moto final, prodigio de agilidad, sin descuidar su envolvente aire festivo, hasta que en la cuarta variación y después de un elocuente silencio, todo vuelve al espíritu amable y relajado que define la pieza, con el que encontró oportunidades de lucimiento el primer violín, expresivo y profundo incluso al apianar, con respuestas tan efectivas como sensitivas de Flores Regidor al segundo violín y Boiso Reinoso a la muy sedosa viola. El violonchelo de Baraviera puso músculo a este inmenso nocturno de aires nostálgicos que es el Quinteto Op. 115, de final tan aparentemente espontáneo como despiadado en su formulación sombría y vacilante.
Gracias!
ResponderEliminarTe lo mereces! 👏🏻
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