Venus y Adonis es el único trabajo para la escena, al margen de algunas canciones para el teatro, que compuso John Blow, amigo y profesor de Henry Purcell y cúspide de la música inglesa de la Restauración junto a su pupilo y Matthew Locke, una de cuyas suites fue interpretada por el Ensemble Masques como preludio de la pieza, en palabras de Olivier Fortin, para ir acostumbrándonos y entrando en materia. Trasciende al concepto de masque o mascarada, tan en boga en la Inglaterra isabelina, para adaptarse a las formas de la ópera francesa, muy cerca de Charpentier en el estilo, especialmente su Acteón. Así, estos entretenimientos que integraban música, danza y poesía, se convierten en manos de Blow en una pieza dramática que sienta las bases de la ópera barroca inglesa, cuyo mayor exponente es Dido y Eneas de Purcell, con la que la de Blow guarda muchas concomitancias. Estrenada en Oxford en otoño de 1681, donde por circunstancias políticas tuvo que trasladarse la corte de Carlos II, la protagonizó Mary Davis, actriz, cantante y amante del rey, mientras Cupido recayó en Mary Tudor, su hija ilegítima y quizás de la propia Davis. Durante mucho tiempo se creyó que su libretista podía ser James Allestry, alumno disoluto de la Iglesia de Cristo, pero hoy se acierta más a considerar a la cortesana Anne Finch como su autora, a partir de una adaptación libre de Las Metamorfosis de Ovidio. En Sevilla sólo la orquesta y coro de la Universidad Pablo de Olavide se ha aventurado a interpretarla, en verano de 2019 en el Antiquarium. Ahora, el prestigioso Ensemble Masques francés, a punto de cumplir los veinte años, ha recalado en el ambicioso Turina para ofrecernos una versión basada en la audacia armónica y el recogimiento más íntimo.
Las flautas, que en el incipiente barroco inglés simbolizan al amor erótico y sirven de homenaje a la Diosa del Amor, destacaron ya en la suite de Locke, presidida por una larga y reflexiva obertura y tres breves movimientos en los que los músicos de Fortin exhibieron virtuosismo y compromiso, con dinámicas muy limadas y acentos discretos y elegantes. Con amplios pasajes para el lucimiento instrumental, desde la obertura en estilo francés que preludia el amor y la caza como temas recurrentes de la época, el conjunto destiló sutileza para ambientarnos en esa Arcadia idealizada en la que Cupido lanza sus flechas y los amantes retozan despreocupadamente. La voz perfectamente entonada y expansiva de Natalie Perez como Cupido, dialogó con un coro disciplinado y sin aspavientos, siempre en estilo y en perfecta armonía con el conjunto instrumental. Las voces de los británicos Rachel Redmond y Andrew Santini afrontando los roles titulares, protagonizaron el erótico cortejo respaldado por el tono muy en estilo y tan bien proyectado, perfectamente fraseado de ella, quizás más convencional respecto a la voz contundente, de hermosísimo timbre y excelente modulación de Santini, exhibiendo tesitura de barítono. En el coro, al contratenor Gabriel Jublin le costó mantener el falsete, emergiendo de vez en cuando su voz natural para superar complicaciones.
Natalie Pérez y Rachel Redmond. Foto: Luis Ollero |
En el segundo acto destacó el diálogo insolente entre Cupido y Venus, con los pequeños cupidos como testigos, a quienes las sopranos y el contratenor prestaron su comicidad para recrear en retahíla cada oveja con su pareja. Un error de cálculo precedió la subida de las Gracias a uno de los balcones laterales del escenario, desde donde entonaron su particular advertencia a Venus sobre el trágico devenir de su amor, siempre cuidando al detalle el carácter teatral de la función. Y tras ellas, nueva exhibición de gracia y responsabilidad por parte del conjunto instrumental en uno de los pasajes hilados más generosos de la pieza para el ensemble, con los violines marcando dominio y el continuo aportando volumen, aunque siempre desde una estética acaso demasiado contenida y en ocasiones hasta templada. En el tercer acto la música se torna trágica para reflejar el lamento por el infeliz desenlace, armonizando muerte y erotismo. El conmovedor final se benefició del trabajo contundente y locuaz del coro, estremecido por la transformación del idílico paisaje en un ensombrecido y abandonado bosquecillo.
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