Foto: Marina Casanova |
Hace tiempo, aunque no tanto considerando la veteranía del modelo de referencia, que orquestas de todo el Mundo emulan las hechuras y propuestas de la Filarmónica de Viena a la hora de abordar musicalmente la entrada del año nuevo. Cabe la posibilidad de introducir aportaciones propias y originales a dicho modelo, como así ha hecho nuestra Sinfónica en anteriores ocasiones, combinando los valses y polcas de la saga Strauss con oberturas y escenas de zarzuela y otros géneros netamente españoles. Hay mucho por explorar con el fin de dar la bienvenida al año con ligereza y un marcado carácter popular, desde los musicales americanos a la música de cine, pasando por los clásicos populares y otros de la música ligera tradicional. Es cierto que la ROSS no se quiebra mucho la cabeza a la hora de confeccionar estos conciertos que tanta aceptación tienen y tan necesarios llenos provocan, pero al menos hay que agradecerle que alternen las piezas estrictamente vienesas con otras como las que tan acertadamente se eligieron en esta ocasión. No hubo, como en Viena, homenaje alguno a Bruckner, de quien este 2024 se cumplen doscientos años de su nacimiento, ni recordamos a memoria alzada que la programación de la temporada pretenda hacerlo, pero sí en general un aire festivo y desenfadado que chocó de alguna manera con la triste noticia con la que arrancó para los y las integrantes de la orquesta el año, la desaparición de un amigo y compañero, el sensacional clarinetista Piotr Szymyslik justo el último día del año precedente y de forma repentina. Sin duda la orquesta le brindará el homenaje que merece en próximos conciertos de abono; la de ayer no era la ocasión adecuada para recordarlo de forma suficientemente emotiva. Nosotros lo buscamos infructuosamente entre la plantilla, como si esperásemos despertar de un mal sueño.
Piotr Szymyslik |
Macías defendió con sentido de la coquetería la polca de Ana y con majestuosidad y elegancia el Vals del emperador, que la orquesta acometió con sentido de la responsabilidad y mucha precisión en todas las familias, incluidos los temidos metales, que sonaron imponentes y brillantes. El solo de chelo de Arnaud Pascal Dupont resultó un dechado de virtudes, sedoso y aterciopelado, como también lo fue en la obertura de Guillermo Tell de Rossini, pieza muy bien encajada en el programa como hábil precedente de las operetas de, pongamos por caso, un Von Suppé. El galope que protagoniza su segunda parte también evoca el espíritu vienés de varias décadas después, obteniendo de Macías y el conjunto una interpretación ágil y divertida. Igualmente adecuada fue la interpretación del elegante y sentimental vals Voces de primavera, así como dinámico pero sin estridencias resultó el can can de Orfeo en los infiernos de Offenbach, que hizo las delicias del público antes de emprender la recta final con el inevitable Danubio Azul y todas sus repeticiones, no como el que nos brindó Thielemann hace tres días, que obtuvo de la orquesta una emotiva respuesta de exaltación de la vida y la belleza. La divertida canción Glitter and Be Gay de la ópera Candide de Leonard Bernstein, sirvió una vez más, ya como propina, para ensalzar la vis cómica de Bryndís Gudjónsdóttir, que salvó con sobresaliente sus intrincadas agilidades y rebuscadas vocalizaciones. También entre las propinas, la polca rápida Rayos y truenos encontró el tono justo en la batuta de Macías y un preciso trabajo de percusión, hasta que las palmas volvieron a conectarnos con Viena a través de la inevitable Marcha Radetzky, mientras el talentoso director onubense deseó a todos y todas paz y amor y nos invitó a frecuentar más nuestro templo de la música a la luz de tan estimulante orquesta.
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