Dirección Daniele Luchetti Guión Sandro Petraglia, Stefano Rulli y Daniele Luchetti Fotografía Claudio Collepiccolo Música Franco Piersanti Intérpretes Elio Germano, Raoul Bova, Isabelle Ragonese, Luca Zingetti, Stefania Montorsi, Giorgio Colangeli, Alina Madalina Berzunteanu, Marius Ignat, Awa Ly, Emiliano Campagnola Estreno en España 26 abril 2013
Siguiendo en la forma la tradición del neorrealismo, una corriente que parece no agotarse nunca, añadiendo recursos contemporáneos tan latosos como la cámara en mano o el primer plano extenuante, el director de La voz de su amo y Mi hermano es hijo único nos propone un viaje a las entrañas de la actual situación social y económica de nuestro continente. Y lo hace planteando la caótica y fatigosa vida de un padre que tiene que afrontar problemas laborales y familiares en una coyuntura siempre difícil, aunque para ello cuente con el apoyo de familia, vecinos y hasta socio de trabajo, que ya quisieran muchos y muchas. La mala educación de los hijos o la avaricia inmobiliaria son asuntos que se apuntan en un escenario en el que de vez en cuando aflora la ternura. Lo cierto es que Luchetti plantea un discurso a menudo ambiguo en el que los emigrantes parecen querer coger tajada de los restos del naufragio, o bien aprovecharse de la situación para no dar palo al agua, o puede que sean los únicos capaces hoy en día de guardar y hacer respetar los logros de nuestro maltrecho sindicalismo. Lo cierto es que lo mejor y más lúcido de la cinta llega cuando una inmigrante senegalesa asegura tener que regresar a su país porque aquí (en Italia, pero también en el resto del viejo continente) todo el mundo está loco y se está volviendo racista hacia nosotros mismos. Lo peor es una secuencia que parece que Haneke hubiese utilizado como referente para definir un patético entierro en su espléndida Amor, y en el que el protagonista, siempre al borde del histrionismo y en esta particular secuencia sobrepasándolo con creces, canta en un funeral entre sollozos y alaridos de rabia… de vergüenza ajena. Y en ese tono se desarrolla gran parte de un metraje que quiere ser emotivo pero acaba resultando cansino. A pesar de su excesiva interpretación Elio Germano logró en el Festival de Cannes de aquel año el premio al mejor actor, compartido con la excelente interpretación de Javier Bardem en Biutiful. Aquí hay poca reflexión política y mucha conciencia de mea culpa sobre un pueblo que no merece sufrir más.
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