Guión y dirección Terrence Malick Fotografía Emmanuel Lubezki
Música Hanan Townshend Intérpretes Ben Affleck, Olga Kurylenko, Rachel McAdams, Javier Bardem, Tatiana Chiline, Romine Mondello, Charles Baker
Estreno en España 12 abril 2013
Quien nos acostumbró a que entre película y película pasaran un buen puñado de años (cinco entre Malas tierras y Días del cielo y entre El nuevo mundo y El árbol de la vida, y nada más y nada menos que diecinueve entre la segunda citada y La delgada línea roja), de repente parece que necesite desaforadamente asomarse a nuestras pantallas y dejar transcurrir tan solo un año entre su anterior y polémica cinta y ésta, sin mencionar que en fase de preproducción aguardan tres nuevas. Quizás se pueda explicar este cambio de ritmo y esa necesidad de contar historias por algún tipo de arrebato místico y religioso que le haya invadido últimamente, porque no recordamos que en esos anteriores títulos hubiese tanta búsqueda de lo sobrehumano en sentido religioso como en El árbol de la vida y To the Wonder. Lo sublime es ese Wonder del título que aquí se han negado a traducir (los franceses lo han llamado Merveille), y es lo que buscan los desorientados personajes de esta singular película. Dos mujeres se entregan incondicional y generosamente al amor, mientras el objeto de su cariño y admiración apenas puede esgrimir algún sentimiento al respecto; y por otro lado un sacerdote se afana en acercarse a sus desgraciados feligreses para así encontrar a Dios y con ello recuperar la fe que mantiene distraída. Búsquedas del infinito, de lo más sublime, del amor, que Malick pone en escena mimando hasta el último detalle. La suya es una película más agradecida que la anterior por carecer de las pretensiones que tenía aquella, mantener una estructura dramática más lineal y comprensible y abandonar la mezcolanza de imágenes y texturas para entregarse a un lirismo exacerbado en forma de paisajes extraordinarios que la luz y la fotografía de Lubezki acarician con tanto amor y cariño como el que buscan sus personajes. Sin embargo parece que Malick pretenda la creación de arte total, en el más puro sentido wagneriano; en ese caso si recurre al buen hacer de su director de fotografía en lugar de a reconocidas pinturas o fotografías, y escribe su propio guión poético en lugar de echar mano de citas literarias, por qué no hace lo mismo con la música, respetando la banda sonora que para la ocasión ha compuesto Hanan Townshend en lugar de plagar sus imágenes con clásicos como Berlioz, Rachmaninov, Chaikovsky, Wagner o Rautavaara. A pesar de lo cual hemos de confesar que el placer que provoca la combinación de estas preciosas imágenes que inundan la pantalla con el repertorio musical seleccionado no tiene precio. Sus personajes se mueven con mucha delicadeza y gracia, exhibiendo belleza (notoria, frágil y sensacional en el caso de Kurylenko) y evitando los diálogos, con el solo apoyo narrativo de voces en off que adornan más que aclaran lo que ocurre en la pantalla, de manera que las palabras son sólo un recurso estético más a utilizar por el realizador norteamericano para edificar este tributo a la vida, el amor y la muerte, a ritmo de largos paseos y con lugares tan mágicos y reveladores como Mont St. Michel o las doradas praderas de Kentucky. Un canto a la espiritualidad del ser humano en armoniosa comunión con la Naturaleza, que como ocurre en estos casos de gemas preciosas, será apreciada o no según el talante receptivo que se tenga en cada momento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario