Destacamos la inexplicable brevedad del concierto ofrecido por el violonchelista Josetxu Obregón y su grupo - apenas cuarenta minutos de música, propina incluida - porque nos parece una falta de respeto a un público entregado que ha invertido dinero y tiempo en apostar por la interpretación informada de un grupo de referencia. La Ritirata, en formación más amplia, ya nos visitó el pasado abril en el seno del Femás con un atractivo programa centrado en la cantata italiana barroca, coincidiendo con algunos de los autores convocados en esta nueva participación de Obregón en las Noches del Alcázar, e incluso con una de las obras interpretadas, el Adagio y Allegro de la Sonata en Sol mayor de Antonio Caldara.
Aunque la intención era plantear un programa en el que quedara constancia de las diferencias en la forma de hacer música en Europa en una época en la que no había exactamente sintonía en cuanto a criterios de composición e interpretación, lo cierto es que la sensación general fue toda la contraria. Reinó cierta uniformidad a lo largo de todo el concierto, especialmente respecto a las sonatas que lo enmarcaron y ocuparon su centro, en las que la israelí Tamar Lalo exhibió dominio, agilidad y soltura pero decepcionó en cuanto a expresividad y sentimiento, quizás por la dificultad de extraer de la flauta dulce o de pico sonidos más envolventes y evolucionados. Así ocurrió con la Sonata en La menor de Francesco Mancini, que a pesar de contar en su catálogo con música de todo género, hoy es recordado especialmente por sus sonatas para ese instrumento. Apenas perceptible fue también la influencia inglesa en la sonata del francés Jacques Paisible, mientras el preclasicismo de Telemann recibió una lectura algo fría aunque correcta. No ayudaron mucho Obregón y Zapico, sustituyendo al clave, en un continuo al que faltó más cuerpo y volumen.
Ambos se resarcieron en sus intervenciones solistas. Zapico con una Improvisación sobre la Passacaglia del Libro Quarto d'Involatura di Chitarrone en la que se manifestó contundentemente como un virtuoso de la tiorba tanto en aspectos estéticos como puramente emocionales, nos atreveríamos incluso a decir que por encima de la que conocemos en grabación de su maestro Rolf Lislevand. Y Obregón atacando el cello en la pieza de Caldara, posiblemente de juventud, con convicción y autoridad, extrayendo de él sonidos tan sedosos como evocadores. En la única propina - se hicieron de rogar a pesar de que sobró tiempo como para haber ofrecido varias – acertaron con una Ciaccona de Benedetto Marcello con la que Lalo volvió a desplegar virtuosismo pirotécnico.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía el 6 de septiembre de 2014
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