Dirección Alberto Rodríguez Guión Alberto Rodríguez y Rafael Cobos Fotografía Álex Catalán Música Julio de la Rosa Intérpretes Raúl Arévalo, Javier Gutiérrez, Nerea Barros, Antonio de la Torre, Jesús Castro, Jesús Carroza, Manolo Solo, Cecilia Villanueva, Salvador Reina Estreno 26 septiembre 2014
Desde que se independizó definitivamente de Santi Amodeo, con el que firmó El factor Pilgrim y escribió el guión de El traje, el sevillano Alberto Rodríguez hace sus películas rodeado siempre del mismo equipo creativo, Rafael Cobos en el guión, Álex Catalán en la fotografía y Julio de la Rosa en la música, entre otros. El suyo se puede decir que es, por lo tanto, un trabajo en equipo, que logra con éste el más sólido y conseguido, después de otros que también han gozado del respaldo de un gran porcentaje de la industria y la crítica. Pero 7 vírgenes, After y Grupo 7 no nos parecieron a algunos trabajos bien acabados, insufribles por momentos y enclavados, en su caso, en un tipismo andaluz de canis y alternativos algo rancio e indigesto. En La isla mínima ofrece sin embargo un inteligente trabajo de observación y análisis a través del cine de género, concretamente el negro o policíaco. Ambientado en las Marismas del Guadalquivir en plena transición política española, narra una cruenta historia de secuestros, torturas, violaciones y asesinatos de chicas jóvenes ávidas de una vida mejor lejos de un entorno tan miserable como poco atractivo. El paraíso que tan primorosamente retrata Catalán en su premiada en San Sebastián fotografía, está poblado de seres inmundos, casi salvajes ajenos a cualquier tipo de formación, aves rapaces que amenazan un entorno en el que otro tipo de pájaros conviven en armonía con la naturaleza. Si la modélica investigación de dos policías antagónicos venidos desde Madrid como castigo a sus respectivas conductas, y basados en personajes reales, está narrada y rodada con sobriedad y convicción, es sin embargo el trasfondo político de un país durante cuarenta años sometido al desencanto y el desmembramiento, y que aún ahora está tristemente dando sus preocupantes frutos, el verdadero protagonista del film. Es esa España dividida y mortalmente herida que todavía tras otros cuarenta años, pero de democracia, no consigue exorcizar sus fantasmas y debilidades, la que Rodríguez consigue reflejar con avidez e inteligencia en esta singular y trascendente película. Una transición que nos vendieron, y nos venden, como modélica, pero que en realidad oculta muchas y dolorosas concesiones y que propició que los monstruos del régimen anterior saltaran hacia la democracia con pasmosa naturalidad. Criminales reciclados, preparados para hacer emerger sus creencias ideológicas y censurar obligaciones tan incontestables como restablecer la memoria histórica de quienes durante el execrable régimen sufrieron represalias, exilio y miseria. ¡Peligro!, porque la historia se repite y hay que alertar sobre ello. Alberto Rodríguez lo hace, y lo hace tan bien y de forma tan subrepticia, sutil e inteligente, que logra con ésta su mejor película; sin olvidar que trama, secuencias de acción, planos panorámicos y estupendas interpretaciones – a Javier Gutiérrez por fin le ha llegado un reconocimiento que empieza con el premio al mejor actor en San Sebastián – ayudan considerablemente al excelente acabado del film, aunque haya un par de intérpretes, en la línea del rancio métoco del Centro Andaluz de Teatro (encargada del hotel y novio de una de las víctimas), que malogren un resultado prácticamente impoluto.
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