Dirección Tim Burton Guión Scott Alexander y Larry Karaszewski Fotografía Bruno Delbonnel Música Danny Elfman Intérpretes Amy Adams, Christoph Waltz, Danny Huston, Delaney Raye, Madeleine Arthur, Krysten Ritter, Jason Schwartzman, Terence Stamp, Jon Polito, James Saito Estreno en España 25 diciembre 2014
Burton cambia de registro realizando su película más convencional hasta el momento; ni la comedia Ed Wood ni el musical Sweeney Todd se alejaron tanto del universo de este director, más identificado con el cine fantástico. Y eso que para la ocasión vuelve a colaborar con los guionistas de la biografía del considerado “peor director de cine del mundo”, Scott Alexander y Larry Karazewski. Especializados en retratos de inadaptados como el pornógrafo Larry Flint y el comediante Andy Kaufman, ambas para Milos Forman (El escándalo Larry Flint y Man on the Moon respectivamente), esta pareja de guionistas, que en 2001 debutaron en la dirección con la comedia de intriga Reventado, se fija ahora en el curioso caso de la pintora Margaret Keane, la cual no hace falta ser muy listo para darse cuenta de la influencia que debió ejercer en la iconografía de Tim Burton con sus cuadros de niños con enormes ojos. Una historia curiosa porque durante más de una década su marido firmó los cuadros que ella pintaba con la excusa de poder venderlos mejor, lo que generó una fuerte crisis de identidad en la artista, precisamente en una época en la que aún habría que luchar mucho por los derechos de las mujeres, y una progresiva anulación de su personalidad. Su ambientación en San Francisco en los sintomáticos años de 1958 y 1963, lo que a muchos amantes del cine clásico les habrá reportado a la memoria el nombre de Alfred Hitchcock y sus películas Vértigo y Los pájaros, además de una ambientación colorista y precisa muy del gusto del maestro del suspense, nos hace imaginar lo bien que podría haber quedado esta película como historia de misterio y seducción, en términos vampíricos, de la mano de un esposo que se antoja más intrigante y embaucador en las fotos originales que se exhiben al final que en manos de Christoph Waltz, todo un payaso, histriónico hasta la médula, que no funciona ni como cómico ni como amenaza. El resultado es una película entretenida, muy bien ambientada, con momentos divertidos pero en general desaprovechada, que se conforma con la epidermis de una historia atractiva por insólita, pero sin ahondar en el tema de la posesión y la usurpación que apunta, ejercida seguramente con un enorme poder de fascinación aquí difuminado.
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