USA 2014 137 min.
Dirección Angelina Jolie Guión Ethan Coen, Joel Coen, Richard LaGravanese y William Nicholson, según el libro “Unbroken: A World War II Story of a Survival, Resiliance and Redemption” de Laura Hillebrand Fotografía Roger Deakins Música Alexandre Desplat Intérpretes Jack O'Connell, Domhnall Gleeson, Garrett Hedlund, Takamasa Ishihara, Finn Wittrock, Jai Courtney, Maddalena Ischiale, Vincenzo Amato, John Magaro, Alex Russell Estreno en España 25 diciembre 2014
Justo el año en el que se conmemoran cien años desde el inicio de la Primera Guerra Mundial, el matrimonio más famoso de Hollywood se ha enfrascado en la Segunda, Brad Pitt protagonizando Corazones de acero en el frente alemán y Angelina Jolie dirigiendo este drama ambientando en el Pacífico. Mujer fuerte y comprometida, resulta sintomático que haya elegido el género bélico en sus dos únicas incursiones hasta el momento en la realización, y aunque en la anterior, En tierra de sangre y miel, contara una historia de amor, que suele identificarse más con la estética presuntamente femenina, aunque en el trágico marco de la Guerra de los Balcanes, ahora se sumerge sin tregua ni complejos en las durísimas condiciones de los soldados americanos en los campos de concentración nipones. Y si aquella no le reportó demasiadas satisfacciones en cuanto a crítica y público, a pesar de superar con ella el reto de enfrentarse a un idioma que no controlaba, ésta merece toda nuestra atención y el respeto más absoluto hacia lo que es un trabajo tan sólido como convincente. Siguiendo a rajatabla los modelos más identificables del cine americano clásico, tanto en narrativa como en estética, Jolie teje una claustrofóbica y desasosegante crónica de supervivencia, resistencia y redención, tal como indica el título original del libro de Laura Hillenbrand en el que se basa, en un marco tan hostil y devastador como es un frente bélico. Y para ello se rodea de un equipo de primera categoría, lo que sin duda ayuda al buen acabado de la empresa pero al mismo tiempo supone una enorme responsabilidad y, sobre todo, un evidente atrevimiento por parte de quien se tiene que poner al frente de ellos. Empezando por un póker de ases de la escritura cinematográfica, los hermanos Coen, Richard LaGravanese (autor del guión de El rey pescador y director de la estimable De ahora en adelante) y William Nicholson (prestigioso dramaturgo con obras como Tierras de penumbra, y autor de los guiones de Gladiator y Los miserables), que curiosamente no imponen sus fuertes personalidades para simplemente adaptarse e esta increíble y extrema historia y rendirle toda la pleitesía que merece. Roger Deakins al frente de una fotografía limpia y luminosa, y Alexandre Desplat dosificando la emoción con una delicada partitura, completan un equipo insuperable en el que cabe destacar también los excelentes efectos visuales y el muy meditado montaje. Pero son Jolie y el protagonista Jack O’Connell, al que apenas hemos visto como secundario en 300: El origen de un imperio, pero que sin duda dará mucho que hablar a partir de ahora, quienes elevan el espectáculo al nivel de gran cine. La primera nos sumerge en el sufrimiento de Louis Zamperini sin apenas tregua, los breves y muy contados flashbacks del primer tercio de película que alivian el horror que suscitan los episodios vividos por este singular superviviente. Italoamericano que vivió su infancia y adolescencia en Torrance, California, entre pillajes y travesuras, y que motivado por su hermano mayor se convirtió en estrella del atletismo y de las olimpiadas nazis del 36, sufrió una auténtica tragedia en medio del océano y de un campo de concentración japonés, donde estuvo expuesto a la saña e inquina de un oficial del país del sol naciente hasta extremos humanamente insoportables. Y es esto lo que más interesa de esta apasionante película, la capacidad del hombre para hacer daño a su semejante, lo que según la coyuntura en la que se viva hará el crimen más evidente o más sutil, porque también en tiempos de paz estamos sometidos al yugo de quienes ejercen el poder, a menudo parapetados en la supuesta responsabilidad para proporcionar dolor e injusticia en provecho propio. Jack O’Connell exhibe un trabajo prodigioso de contención interpretativa sin por ello dejar de transmitir el dolor y el sufrimiento de Zamperini, capaz no sólo de superar tanto horror sino de perdonar a sus verdugos, convertirse en prestigioso orador e inspirador de los más nobles instintos humanos, y recorrer sesenta años después las calles de la ciudad en la que de haber sido diferente la Historia habría puesto sus esperanzas el joven atleta, Tokio; emotivo documento que pone fin a la cinta al son de la canción Miracles (Milagros) de Coldplay.
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