María Hinojosa |
No es la primera vez que comparo la música tal cual la ofrece la Barroca de Sevilla con el rock, tal es la fuerza y la vitalidad que transmite. Tras algunas y recientes experiencias en la Iglesia de la Anunciación, lugar donde nuestra Barroca suele dar uno o dos conciertos al año, he podido comprobar que tiene una acústica sorprendente, y no en el buen sentido. Atrás se pierde cualquier matiz y el sonido llega tan disperso que a veces resulta incluso inaudible. Próximos al escenario sin embargo su efecto reverberador potencia el sonido, que aunque no se proyecte con la rotundidad y el efecto que se persigue, adquiere unas prestaciones que le llevan de la majestuosidad a la ensoñación. Así es como algunas personas privilegiadas pudimos disfrutar anoche del ya tradicional concierto del Proyecto Atalaya de recuperación del patrimonio musical de las catedrales andaluzas. Seis años ya ofreciendo el placer del descubrimiento, que aunque no sea de piezas nuevas e inéditas, al menos sí que han estado ocultas o guarecidas durante mucho tiempo. Naturalmente en ese proceso de recuperación, que pasa por su edición, interpretación y grabación, surgen obras intrascendentes como también lo hacen otras que regalan nuestros oídos y se adaptan a nuestra estética y sensibilidad, como ocurrió con Jaime Balius.
Vanni Moretto, también compositor y contrabajista |
Catalán de nacimiento y maestro de capilla de la Catedral de Córdoba durante casi cuarenta años y hasta su muerte en 1822, Balius pertenece a esa estirpe de compositores españoles que debieron plegarse a los designios de la Iglesia, con más poder y capacidad de mecenazgo que la Corte. Influidos, y seguramente embriagados, de lo que llegaba de Europa, libre de tantos prejuicios morales y dogmáticos, muchos de ellos cultivaban los estilos de moda y aplicaban a sus composiciones lo aprendido y digerido de esas partituras, aunque con algunos años de retraso. Por eso el clasicisimo de Balius suena al Mozart de un tiempo atrás, aunque ello no le prive de dignidad y gozo, especialmente por la creatividad e imaginación que exudan sus pentagramas. Bien defendida además su música sonó furiosa y suculenta, aunque entre la forma y el contenido, textos religiosos y amenazantes sobre el mal y el destino, pendiese un abismo. El director italiano Vanni Moretto, que se ponía por primera vez ante la formación sevillana, dejó clara su capacidad y calidad infundiendo en la orquesta un sonido compacto y seguro, mientras la soprano catalana María Hinojosa irrumpió con Clara Aurora en actitud tan segura como poderosa, con voz potente de generosa proyección, aparente facilidad para modular y ornamentar y un gusto exquisito para hacer de cada una de sus cuatro aportaciones un placer para los sentidos y un triunfo total. Sólo objetar que en la importante presencia que las trompas tienen en estas piezas, no lograran toda la precisión deseable.
Alternando con las piezas vocales de Balius, dos sinfonías de fuerte raigambre clásica, una rutilante y enérgica de Ignaz Pleyel con la que pudo lucirse muy especialmente la cuerda grave en el rondó final, provocando un efecto refulgente y revitalizante. Y la otra de su maestro, Haydn, escrita cuando tenía veinticinco años. Una obra desenfadada y breve resuelta con energía, brillantez y, en suma, maestría.
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