Rafael Ruibérriz, flauta. Alfonso Sebastián, clave. Programa: Sonatas para flauta travesera y clave de J.S. Bach. Capilla del Palacio Gótico del Real Alcázar, sábado 12 de marzo de 2016
Ignacio Prego, clave. Programa: Las suites francesas (obras de J.S. Bach, Purcell y Froberger). Espacio Santa Clara, domingo 13 de marzo de 2016
Las mañanas de este último fin de semana completo del Festival de Música Antigua se tildaron de inequívoco sabor bachiano con dos programas destinados a ilustrar el magnífico repertorio del compositor alemán, en este caso para clave y flauta. Dos citas protagonizadas por músicos jóvenes que tendrían su complemento perfecto en la noche del domingo con la interpretación de las suites para violonchelo del genio de Leipzig a cargo del prestigioso Sergey Malov. Juzgar el trabajo de alguien tan apreciado en este mundillo musical sevillano como Rafael Ruibérriz resulta aún más difícil y embarazoso de lo habitual. Sólo cabe esperar que la interpretación fluya gozosa y natural para rendirse ya sin prejuicios al buen desarrollo del programa elegido.
Afortunadamente así sucedió, con el flautista y el excelente clavecinista Alfonso Sebastián subiendo seguros y estilosos al altar de la Capilla del Palacio Gótico del Alcázar para poner en pie las cuatro sonatas para clave y flauta atribuidas a Bach, fruto de la estrecha e íntima colaboración del compositor con su hijo Carl Philip Emanuel. La extraordinaria sintonía desplegada por los intérpretes, junto a un sentido torrencial de la música y un dominio absoluto del fiato, el legato y la ornamentación por parte de un extenuado Ruibérriz, lograron una exposición brillante de tan complejo legado, al que no fue ajena la transparencia y proverbial fluidez del teclista zaragozano. El gozo cristalizó en una Sonata BWV 1030 de torrencial expresividad, salvando todos sus imposibles giros y complicados vericuetos con nota muy alta.
Afortunadamente así sucedió, con el flautista y el excelente clavecinista Alfonso Sebastián subiendo seguros y estilosos al altar de la Capilla del Palacio Gótico del Alcázar para poner en pie las cuatro sonatas para clave y flauta atribuidas a Bach, fruto de la estrecha e íntima colaboración del compositor con su hijo Carl Philip Emanuel. La extraordinaria sintonía desplegada por los intérpretes, junto a un sentido torrencial de la música y un dominio absoluto del fiato, el legato y la ornamentación por parte de un extenuado Ruibérriz, lograron una exposición brillante de tan complejo legado, al que no fue ajena la transparencia y proverbial fluidez del teclista zaragozano. El gozo cristalizó en una Sonata BWV 1030 de torrencial expresividad, salvando todos sus imposibles giros y complicados vericuetos con nota muy alta.
El regalo que Ignacio Prego, madrileño afincado en Estados Unidos, nos hizo la mañana siguiente sólo puede calificarse como impagable, demostrando por qué está considerado uno de los clavecinistas españoles de mayor proyección internacional. Tres de las seis suites francesas de Bach sirvieron para que un joven entregado y concentrado resolviera la majestuosa expresividad de estas obras maestras con una sensibilidad extraordinaria, matizando y deleitándose en cada pulsación con una nitidez y una claridad envidiables. La suite de Purcell y la partita de Froberger que sirvieron como preludio a las monumentales suites BWV 813 y 816, pusieron en evidencia su carácter ligero y puramente danzístico frente al mucho más concentrado y profundo de las de Bach, que Prego desarrolló con amplio sentido de la musicalidad y la responsabilidad, emocionándonos con pasajes de marcado lirismo como la Sarabanda de la primera y la Allemande de la segunda, y desplegando un virtuosismo indiscutible en otros como la Jiga de esta última, tras una 815 exactamente magistral.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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