Dirección Daniel Calparsoro Guión Jorge Guerricaechevarría Fotografía Josu Inchaustegui Música Julio de la Rosa Intérpretes Rodrigo de la Serna, Luis Tosar, Raúl Arévalo, Patricia Vico, José Coronado, Joaquín Furriel, Marian Álvarez, Luciano Cáceres, Luis Callejo, Joaquín Climent Estreno 4 marzo 2016
La capacidad con la que Daniel Calparsoro pasó hace ya más de un par de décadas de un cine de acción imperfecto pero personal y vocacional, con películas como Salto al vacío y Asfalto, a otro de carácter mucho más convencional y prefabricado, el que le ha llevado a dirigir cintas como Guerreros, Invasor y Combustión, sólo es directamente inversa a su pérdida de frescura e interés. Cien años de perdón viene a sumarse a esa tendencia a hacer cine de espectáculo hipervitaminado con hechuras aprehendidas en serie por un puñado de realizadores entregados a la fuerza expansiva de Mediaset, con Daniel Monzón a la cabeza. No es una película desdeñable pero desde luego no es ni de lejos lo que pretende ser. Puede que cumpla como entretenimiento, a pesar de las muchas lagunas de guión y falta de fuerza y justificación de su enorme pléyade de personajes; pero en su vocación de mezclar mera acción con cuestiones de candente actualidad relacionadas con la mísera situación de nuestra política actual, la cinta naufraga considerablemente. No somos partidarios de que algunas cuestiones se tomen a broma, pero hay que reconocer que hace un par de temporadas el Cabesa y el Culebra consiguieron con su humilde y efectiva El mundo es nuestro un vehículo mucho más logrado para poner sobre la mesa, también a través del asalto a un banco, las miserias de nuestro sistema bancario, el sufrimiento del pueblo y las consecuencias de la corrupción. Poco o nada de esto consigue el todoterreno Jorge Guerricaechevarría, curtido en el cine de Álex de la Iglesia y Monzón, con este vehículo de lujo y ostentación. Y eso que ambientar la trama en Valencia y dibujar unos políticos y sus limpiamierda realmente sórdidos y siniestros, pone muy clara cuál es la intención de denuncia en un film que sin embargo se queda en mera epidermis. Lo malo es que ni siquiera en su epidermis el film de Calparsoro consigue la carga adrenalítica que pretende; falta tensión, claustrofobia y coherencia interna en una cinta que funciona a golpe de guión, manejando al espectador como mera marioneta incapaz de tomar las riendas de una situación que se escapa continuamente y sobre la que sólo cabe agradecer su ligero metraje y su afortunada resolución formal, aunque sea a fuerza de una fotografía plateada y una música eléctrica; más convenciones de género.
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