
El también joven violonchelista granadino Guillermo Pastrana se plegó a los distintos estados de ánimo del concierto de Dvorák con una capacidad intelectual y emocional encomiable. Paradigma en su género y considerado por muchos como el mejor para el instrumento, la pieza encontró en Pastrana el vehículo perfecto para exhibir color, lirismo y riqueza melódica en el allegro inicial, tras un majestuoso arranque de la orquesta, melancolía y nostalgia en el adagio, y decisión y coraje en el final, con la complicidad de una batuta acertada en dar sensación de continuidad a la pieza, lejos de las ralentizaciones a las que frecuentemente se somete. El violonchelista dirigió unas encantadoras palabras de agradecimiento al público, la orquesta y el Maestranza antes de ofrecer una conmovedora Nana de Falla.
Ya sin solista, el conjunto se lució en unas sensacionales Danzas sinfónicas de Rachmaninov, compendio de su vida musical y emocional, sin atisbar diferencia alguna con la más experimentada de las formaciones orquestales profesionales. Hernández-Silva dirigió con aplomo y el punto justo de excentricidad, marcando el vigor del primer movimiento, la sensualidad del vals y el fatalismo en cierto modo macabro del allegro vivace. Un final victorioso y vibrante puso la guinda a tan sensacional interpretación, con la Obertura de Candide de Bernstein como propina, sirviendo de escenario para una desbordada alegría general, especialmente de un saltarín director y unos bailarines contrabajistas.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía el 30 marzo 2016
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