USA 2016 131 min.
Dirección Mel Gibson Guión Robert Schenkkan, Randall Wallace y Andrew Knight Fotografía Simon Duggan Música Rupert Gregson-Williams Intérpretes Andrew Garfield, Sam Worthington, Vince Vaughn, Hugo Weaving, Teresa Palmer, Luke Bracey, Rachel Griffiths, Richard Roxburgh, Matt Nable, Nathaniel Buzolic, Ryan Corr, Luke Pegler Estreno en el Festival de Venecia 4 septiembre 2016; en Estados Unidos 4 noviembre 2016; en España 7 diciembre 2016
Tras diez años sin dirigir, desde Apocalypto, Mel Gibson ha encontrado en la figura de Desmond Doss, un héroe de guerra norteamericano que paradójicamente no empuñó un arma durante la contienda, la motivación para volver a realizar una de esas difíciles películas que tanto le gusta afrontar. Dividida en dos partes bien diferenciadas, Gibson nos cuenta con hechuras clásicas y una narrativa fluida la infancia del protagonista, sus motivaciones religiosas y personales para decidir no coger nunca un arma, y sus avatares sentimentales, para a continuación arrojarlo a todo un ritual de martirio y sufrimiento, cuando tras asumir su compromiso patriótico en plena Segunda Guerra Mundial, es objeto de escarnio, consejos de guerra, burla y abusos de sus superiores y compañeros de batallón. Cuando ya nos hemos familiarizado con el personaje, interpretado con coraje y convicción por Andrew Garfield, Gibson nos arroja al cruento y desatado campo de batalla, concretamente a los múltiples intentos de toma del Hacksaw Ridge del título original, durante la Batalla de Okinawa, donde Doss demuestra su entrega y valentía, en parte debida a la fe depositada en tantos años de militancia en la Iglesia Adventista. Es entonces cuando el director de Braveheart se entrega a una dificilísima tarea, la de recrear con realismo post Salvar al soldado Ryan, el infierno de la guerra, y nos sumerge en ella durante casi la segunda mitad de la película. El ejercicio por supuesto se antoja desagradable y a menudo insoportable, pero eficaz para sostener su postura sobre la violencia como antídoto y solución ante la falta de entendimiento y su sinrazón. Su discurso puede parecer incoherente, pero nada hay más eficaz que mostrar las consecuencias del desastre para convencer de la idoneidad de abandonar tanta violencia como proceso para resolver nuestras diferencias. No hay novedades ni grandeza en este quinto film dirigido por Mel Gibson, más allá de un notable dominio en la dirección de actores y el manejo de la compleja técnica que lo soporta, amén de mantener un discurso fluido; pero sobre todo conserva el encanto de lo bien hecho, y especialmente de lo hecho con el corazón.
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