USA 2016 133 min.
Dirección Gareth Edwards Guión Chris Weitz, Tony Gilroy, John Knoll y Gary Whitta Fotografía Greig Fraser Música Michael Giacchino Intérpretes Felicity Jones, Diego Luna, Ben Mendelssohn, Donnie Yen, Jiang Wen, Mads Mikkelsen, Forest Whitaker, Alan Tudyk, Riz Ahmed, Jonathan Aris, Jimmy Smits, Alistair Petrie, Genevieve O’Reilly, Valerie Kane Estreno 15 diciembre 2016
Cuando George Lucas acometió la tarea de realizar la primera trilogía de la saga galáctica, la que se estrenó en segundo lugar, decidió hacer algo creativo y diferente a lo ofrecido en la segunda y primera en estrenarse. Puede que el resultado fuera infantil y artificioso, lo que le granjeó duras críticas, y que el regreso a la estética y el espíritu de la saga original por parte de J.J. Abrams para acometer el episodio séptimo fuera del agrado de los fans galácticos y cosechara tan buenas críticas como las que recibió el pasado año, pero desde luego traicionaron la intención de Lucas de seguir avanzando por nuevos derroteros en los que la imaginación y la creatividad tuvieran su protagonismo, aunque para ello tuviera que arriesgar. Fue el peaje a pagar por vender los derechos a una productora tan ambiciosa y ávida de poder y dinero como la Disney, lo que a buen seguro le reportará también al propio Lucas unos buenos dividendos. Esa misma ambición económica ha propiciado la invasión de títulos alrededor de la saga original (que tampoco fue tal en un principio hace cuarenta años), que amenazan con aterrizar en nuestras pantallas con puntualidad anual. Rogue One es el primero de esos títulos, se ambienta entre los episodios tres y cuatro y nos cuenta la lucha de la Alianza contra el Imperio por hacerse con los planos de la recién construida Estrella de la Muerte y así conocer sus puntos débiles. Para tal misión se ha contado con los recursos más lujosos y sofisticados, sin escatimar en nada por aquello de tratarse de un spin-off. En el guión intervienen Tony Gilroy, autor de la saga Bourne, quizás para insuflar al conjunto de acción oscura y un tanto moderna, y Chris Weitz, cuyos trabajos para Un niño grande, La brújula dorada o la reciente Cenicienta pudieran asegurar un tratamiento más amable y romántico de la aventura. Sin embargo la historia acaba por resultar una nadería más, repetición de estructura narrativa y dramática, personajes clon de los ya conocidos y situaciones archivistas, y lo peor, sin que aporte nada nuevo ni incluya análisis alguno capaz de incidir en nuestro intelecto o parangonarse con situaciones políticas o económicas actuales, lo que hubiera sido un detalle y un aliciente. No es más que un chicle estirado para hacer caja, bien fabricado eso sí, en el que hasta la música de Giacchino es una impersonal imitación, también artesanalmente articulada, del estilo de John Williams, y no sólo por el uso de leit motivs identificables.
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