Japón-Francia 2017 101 min.
Guión y dirección Naomi Kawase Fotografía Arata Dodo Música Ibrahim Maalouf Intérpretes Ayame Misaki, Masatoshi Nagase, Tatsuya Fuji, Kazuko Shirakawa, Mantarô Koichi, Noémie Nakai, Chihiro Ohtsuka Estreno en el Festival de Cannes 23 mayo 2017; en Japón 27 mayo 2017; en España 17 noviembre 2017
Hay una tendencia generalizada en el cine japonés que trasciende a nuestras pantallas a utilizar siempre un lenguaje eminentemente poético y simbólico, que invade incluso a las cintas de animación. El cine de Naomi Kawase no es precisamente una excepción, con trabajos como Aguas tranquilas o Una pastelería en Tokio que sólo se entienden y disfrutan desde una óptica poética. En Hacia la luz la realizadora japonesa se detiene en un mundo poco explorado en el cine, ni siquiera en el documental, como es la audiodescripción de películas para invidentes, un tema muy presente incluso en nuestras televisiones domésticas, cuando pulsando por equivocación un botón, se nos cuela la versión audiodescrita. Algo en definitiva tan molesto como el abuso de la voz en off por algunos cineastas, empeñados en describir incluso lo que es fácil de intuir sólo con la imagen, pero necesario cuando no ves y la descripción se convierte en imprescindible, aunque también sujeta a unas reglas, pues al final se trata de trasladar al espectador las mismas sensaciones y reflexiones, por lo que la cuestión de autor o autora debe estar muy presente incluso a la hora de adaptar la imagen a la descripción oral. En esa tesitura se conocen una encargada de tales explicaciones y un fotógrafo que está perdiendo la visión y forma parte del comité que evalúa los trabajos de la joven escritora y traductora. Trabajada como metáfora de lo efímero y lo pasajero, de cómo lo que vemos desaparece, y en última instancia cómo todo queda en el recuerdo y la nostalgia del pasado y su belleza, Kawase plantea sin embargo una historia de amor que nunca llega a cuajar ni convencer, que se pierde en sus idas y venidas entre sesiones de cine y problemas emocionales de una y otro. La inevitable pérdida del ser querido y, en última instancia, el absurdo de la vida y la necesidad de llenarla de luz para darle algún sentido, subyace en el interior de una cinta que no llega a volar con la intensidad y el lirismo que pretende, quedando en un producto sutil pero definitivamente tristón. A destacar en su minimalista banda sonora al jazzista francés Ibrahim Maalouf, hace dos temporadas presente en el ciclo de jazz del Lope de Vega.
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