Richard Attemborough filmaba en 1969 una de las películas más insólitas jamás rodadas sobre la Primera Guerra Mundial en particular y cualquier contienda en general, en la que asistíamos a las desventuras de un grupo de jóvenes británicos en las trincheras a ritmo de las más populares canciones inglesas del momento. Una rareza que tomaba su título de la primera estrofa del poema de Guillaume Apollinaire El adiós del caballero, ese ¡Oh, qué guerra tan bonita! que introduce uno de los ocho textos que Michael Nyman tomó como base de su War Work, compuesto en 2014 por encargo para las celebraciones del centenario de la Gran Guerra, y que con mayor oportunidad lleva ahora de gira con su banda, cuando lo que celebramos es el centenario de su final. Y es que Nyman acompaña su música de un trabajo cinematográfico dirigido por él mismo y montado por Max Pugh en el que se recoge material de archivo extraído de las filmotecas alemana, francesa y norteamericana, donde asistimos a las terribles secuelas de esa conflagración, las cicatrices que dejó en quienes la padecieron y la sinrazón del daño que el hombre se auto inflige y del que a duras penas logra aprender nada.

Angel exhibió talento haciendo uso del registro más grave de su voz, en tesitura de contralto, para reflejar el desasosiego de las palabras vertidas, mientras la música deambuló entre los motivos más melancólicos y tristes y aquellos que ilustran cierto alivio frente al cese de una violencia que en sí misma nunca sirve de material para los pentagramas.
Michael Nyman Band cumplía además otro aniversario, el cuarenta desde su creación, y lo celebró con una selección de las bandas sonoras que le granjearon mayor popularidad en la década de los ochenta antes del éxito rotundo de El piano. Se trata de sus colaboraciones con Peter Greenaway, El contrato del dibujante, Conspiración de mujeres y El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante, con sus ritmos obsesivos, sus melodías pegadizas y su minimalismo a ultranza inspirado en el Barroco de Purcell y Haendel. La amplificación acústica chocó al principio, pero se justificó después por la intervención de algunos instrumentos hasta sonar disonantes y estridentes según el caso. Tras este preámbulo conciliador con un público que venía esperando eso – y acaso un Piano de Jane Campion que no asomó – llegó la catarsis y la experiencia de incalculable valor en la que nos sumergió la película de Nyman y su escalofriante ilustración musical, que convirtió la velada en única e inolvidable.
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