Mientras fuera, en los alrededores de la Encarnación, un grupo de manifestantes clamaban por justicia y el cese de matanzas en la franja de Gaza, dentro de la Anunciación un portentoso grupo de jóvenes parecían ponerle banda sonora a ese grito de paz y libertad, afrontando con sus instrumentos páginas teñidas de espiritualidad y diversidad. El milagro de la Conjunta se hizo realidad por segunda vez consecutiva fuera de sus dominios, con la controvertida sonoridad de la Iglesia de la calle Laraña amortiguada por paneles acústicos.
El director alemán Wolfgang Kurz, titular de la Orquesta de Cámara de la preciosa ciudad de Würzburg, se hizo cargo de este cuarto programa de la Conjunta, imprimiendo belleza y atmósfera en la encantadora página de Honegger Pastoral de verano, un breve poema sinfónico inspirado en los Alpes suizos. La orquesta se adaptó a su carácter evocador con extraordinarias prestaciones del trompista Erik Antúnez, convenientemente lánguido y seguro, perfectamente secundado por oboe y flauta. Plácida y comedida, la pieza resultó más paladeada y exquisita en sus tiempos lentos que en su más agitada y colorista parte central, quizás un poco caótica. El primero de los conciertos para guitarra de Mario Castelnuovo-Tedesco tuvo en el joven japonés Masataka Suganuma, que completó sus estudios con Francisco Bernier en el Conservatorio Manuel Castillo, un intérprete responsable que combinó elegancia con versatilidad para sellar una versión brillante junto a un exquisito acompañamiento orquestal. Compuesta en las vísperas de su éxodo a Estados Unidos para evitar la persecución fascista en su Italia natal por su condición de judío, Castelnuovo-Tedesco cuidó mucho el equilibrio entre el peso orquestal y la delicada sonoridad de la guitarra, a lo que Suganuma se plegó con solvencia, destacando unas cadencias llenas de virtuosismo y contención, potenciando sus aires neoclásicos y brillando en un melancólico andantino central.
La segunda parte la abrió una festiva página del propio director, Let’s Tan-go, una fantasía sobre ritmos de habanera y tango con una cuerda sensual y sensacionales solos de la concertino Nerea García. Con los muy espirituales Cuadros de Murillo de Manuel Castillo se alcanzaron niveles de éxtasis, marcando la alternancia de elementos conservadores y vanguardistas y ofreciendo una mirada emotiva e introspectiva cargada de misticismo y delicadeza. Esta vez descubrimos, y van tres aparte del joven nipón, al violonchelista Ricardo Huete extrayendo del instrumento un sonido robusto y sedoso. Él y Nerea mantuvieron en algunos pasajes un diálogo magistral. Las danzas originales de Transilvania que Bartók recopiló y armonizó en 1915 culminaron el concierto con una considerable carga de ritmo, color y sensualidad.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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