Espacio Turina, viernes 4 de mayo de 2018
Los articulistas tenemos la obligación de promover programas que destaquen por su novedad y riesgo, y denunciar la tendencia a recurrir continuamente a piezas mil veces oídas y tocadas. Sin embargo las cifras mandan y no cabe duda de que un programa sustentado en la popularidad de las obras tiene un tirón muy superior al que pretende divulgar estéticas diferentes. De poco sirve que la Tercera de Beethoven la hayamos escuchado a la Sinfónica muchas veces, especialmente en los últimos años, que siempre tendrá un mejor efecto en taquilla que cualquier obra menos frecuentada. Por eso lo primero que nos llamó la atención en este segundo concierto en el Espacio Turina dirigido por Axelrod fue la gran afluencia de público asistente, y nos congratulamos por ello, aunque eso no nos haga desistir en nuestro empeño de que los atriles sean ocupados por pentagramas menos transitados y más estimulantes.
Una de las sinfonías más populares y difundidas de Haydn en su momento fue la no se sabe por qué titulada Imperial. Ya en esta pieza Axelrod echó mano de un empuje desafiante, no del todo agresivo pero sí de ataques muy enérgicos, con tempi rápidos y enérgicos que fueron más evidentes en el andante. Esta suerte de variaciones sobre una entonces popular canción francesa lució hasta cierto punto en una interpretación a veces algo desvaída en la sección de cuerda, que tuvo que esperar a un apabullante Beethoven para rendir en todo su esplendor. La majestuosidad del menuetto y de nuevo un hipervitaminado y acelerado presto final cerraron esta agradable e inspirada sinfonía.
La Heroica es sin duda alguna una de las piedras angulares del sinfonismo moderno, rompedora de toda regla imperante y pionera en una nueva concepción de la música de concierto. Beethoven la estrenó en un escenario tan reducido como el propio Espacio Turina, donde tuvimos ocasión de apreciarla con menos efectivos orquestales de lo habitual y la ya denunciada saturación decibélica que provoca su concha acústica. Unas circunstancias que Axelrod quiso recrear invitándonos incluso a taponar nuestros oídos para apreciar las condiciones en las que un Beethoven de avanzada sordera tuvo que atenderla en su estreno. Un experimento al que no pudimos resistirnos, pero que duró poco en aras de disfrutar de la pieza en todo su esplendor. Axelrod puso toda la carne en el asador, implicado, entusiasmado y gesticulante al máximo, emitiendo más ruidos bucales que nunca y empeñado en imprimir de fuerza inusitada a un conjunto que rindió también al máximo. Cabe sin embargo preguntarse si es ésta la forma de acercarse a tan representativa página, si no cabía haber dosificado mejor los registros y las dinámicas en lugar de lucir tanta vigorexia, que es como si se buscara disfrazar de fuerza refulgente cualquier atisbo de debilidad. De cualquier forma hay que celebrar que pese a tal demostración de energía y saturación sonora, aún se pudieran apreciar los matices y las distintas capas orquestales con considerable claridad.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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