Dirección André Øvredal Guion André Øvredal, Norman Lasperance y Geoff Bussetil Fotografía Roman Osin Música Marcus Paus Intérpretes Nat Wolff, Iben Akerlie, Per Frisch, Priyanka Bose, Arthur Hakalahti, Per Egil Aske, Oddrun Valestrand, Ravdeep Singh Bajwa Estreno en Noruega 28 febrero 2020; en España 31 julio 2020
Mucho le ha debido perjudicar a André Øvredal la pandemia para que su última película haya terminado con tan mala distribución, solo cuatro copias en todo el Estado español, y apenas un par de países y otros directamente en internet desde su estreno noruego en febrero pasado. Lo cierto es que supone el reencuentro del director con el cine de su país, donde debutó hace una década con Troll Hunter, lo que le abrió automáticamente las puertas del cine internacional, con la británica La autopsia de Jane Doe primero e Historias de miedo para contar en la oscuridad, producida por Guillermo del Toro, el verano pasado. Esta pésima distribución incluye un doblaje íntegro al castellano cuando en el original inglés y noruego se alternan con bastante frecuencia.
Y es una lástima porque la afición al género de ciencia ficción está siempre a la caza y captura de nuevas historias, que digan algo diferente y se alejen del modelo impuesto y archiconocido. En esta ocasión se mezclan los superhéroes, más al estilo Shyamalan que Marvel, y la leyenda para contarnos una historia relacionada con los mitos y la religión. El resultado es una inteligente reflexión sobre lo ridículo de las religiones a las que tantas culturas siguen aferrándose aún en la actualidad. La cinta parte de la mitología nórdica, que como la griega o la romana está absolutamente superada y aparcada en el terreno de lo meramente legendario, para recrear una odisea y una pasión al más puro estilo cristiano que, todo combinado, demuestra el elevado componente de superchería y superstición que rodea toda esta maquinaria desde siempre generada para controlar y atolondrar.
Hasta aquí saludamos el empeño con entusiasmo, aunque en el camino la cinta se resienta de ciertos altibajos en la narración y frecuentes caídas de tensión, además de un reiterativo uso de efectos especiales anclados en ochenteros rayos y relámpagos, por otro lado tan en consonancia con este heredero de Thor al que da vida el norteamericano Nat Wolff. El reparto cumple con solvencia, mientras el resto de los componentes artísticos y técnicos mantienen también un satisfactorio nivel, sobresaliendo los espléndidos paisajes y fiordos en los que se desarrolla su viajera trama, y que dan al conjunto ese aspecto distinguido respecto a la mayoría de propuestas que nos llegan sobre este transitado género.
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