No estábamos seguros de que el programa propuesto por el prestigioso coro belga Vox Luminis fuera a brillar como debiera en el Espacio Turina, no porque su acústica no sea buena sino porque suele ser más seca de lo conveniente cuando de reproducir música sacra barroca se trata. De hecho una de las grabaciones más celebradas del Requiem de Biber, la de Savall, la Capella Reial de Catalunya y Concert des Nations, se realizó en la Catedral de Salzburgo, su destino original, con el fin de realzar su particular sonido solemne y majestuoso. Hemos de reconocer sin embargo que la experiencia ha valido la pena, tanto el conjunto vocal como la igualmente prestigiosa compañía instrumental sonaron de maravilla en este imprescindible entorno de la cultura sevillana. Por cierto que la formación de unos quince instrumentistas que integran esta formación extraída de la Barroca de Friburgo no se aleja mucho del habitual número con el que desde hace tiempo se presenta en el mejor de los casos nuestra orquesta barroca, por lo que quizás debiéramos empezar a llamarlos también Conjunto Barroco de Sevilla. Bromas aparte, estamos encantados de que tras el paréntesis de la abortada última edición del Festival de Música Antigua, ésta parezca que se vaya a realizar sin problema alguno.
Un trombonista apellidado curiosamente Sevillano (Miguel de nombre) se encargó de anunciar el cambio de orden de las piezas a interpretar, lo que no desequilibró el programa al no contar con descanso alguno. Quizás con el alivio de las restricciones algunos conciertos recuperen horarios más amables, y quién sabe si conjuntos tan apreciados por la ciudadanía como Artefactum puedan celebrar sus conciertos en espacios más generosos de los que se les ha adjudicado. En el caso de esta veterana y simpática formación apenas cuentan con treinta y cinco localidades en el Espacio Santa Clara para presentar su nueva producción en torno a Alfonso X en el ochocientos aniversario de su nacimiento; y ni siquiera les han ofrecido la oportunidad de emitir su concierto en streaming, como sí ocurrió con el que ahora nos ocupa.
El inquieto y polifacético Lionel Meunier presentó desde su humilde posición como bajo del coro el precioso y místico programa, iniciándose con un breve concierto sacro de Christoph Bernhard, compositor polaco que desarrolló la mayor parte de su carrera en Dresde y fue alumno de Heinrich Schütz, cuya influencia se deja ver en ésta y otras partituras suyas. El salmo de San Lucas Señor, puedes dejar a tu siervo ir en paz, ha servido de base a otros compositores, incluso en el Romanticismo, como atestigua el motete de Mendelssohn. El de Bernhard muestra su carácter apacible desde el principio, con juegos contrapuntísticos deliciosos y participaciones solistas de primer orden, perfectamente acompañadas por las voces de ripieno, y una variada instrumentación en la que destacaron los trombones. El mismo conjunto de diez voces convocadas, en grupos de cuatro graves y seis agudas, repitió en el Requiem de Biber. El compositor bohemio compuso esta magistral obra para los oficios religiosos de la Catedral de Salzburgo en un tono entre festivo y reflexivo, no por ello inepto para sumergirnos en esa atmósfera suntuosa asociada a la concepción barroca de la muerte. Los miembros de Vox Luminis, todos y cada una excelentes solistas por separado, exhibieron en conjunto una estética compacta, perfectamente compenetrada, capaz de juegos dinámicos y armónicos de una calidad extrema y de ofrecer una mirada de intensa pasión a la vez que conmovedora serenidad. En esta obra exultante y grandiosa y la particular visión de los conjuntos convocados destacamos la suntuosidad e intensidad emocional alcanzada en el Offertorium, así como el extremado intimismo con el que abordaron el Agnus Dei.
Algunos y algunas integrantes de la Barroca de Friburgo |
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