Guion y dirección Lee Isaac Chung Fotografía Lachlan Milne Música Emile Mosseri Intérpretes Steven Yeun, Yeri Han, Alan S. Kim, Yoon Yuh-jung, Noel Cho, Will Patton, Scott Haze, Eric Starkey, Esther Moon Estreno en el Festival de Sundance 26 enero 2020; en Estados Unidos 12 febrero 2021; en España previsto 12 marzo 2021
Todo el mundo parece haberse rendido a los supuestos encantos de esta película americana con sabor coreano. Aunque es el cuarto largometraje de su director y tercero bajo bandera norteamericana (el primero lo produjo Ruanda), no conocíamos nada previo suyo hasta que ha llegado esta cinta galardonada en Sundance con los premios a la mejor película y el del público, además de coronarse hace unos días con el Globo de Otro a la mejor película de habla no inglesa y perfilarse como firme candidata a arañar unas cuantas nominaciones en los próximos Oscar.
Cuenta la historia de una joven familia coreana perdida en la América de la era Reagan, que se muda de California donde realizan trabajos rutinarios a la América profunda de la gente sencilla y un poco grillada (entre lo mejor de la cinta, ver al veterano Will Patton cargando la cruz cada domingo como si formara parte de una procesión de Semana Santa sevillana), con el fin de trabajar la tierra y de paso el sueño americano. Todo ello contado prácticamente desde el punto de vista del niño protagonista, un chiquillo de siete años de mirada cándida y profunda y el encanto suficiente para atrapar el corazón de los espectadores y espectadoras, que de eso se trata. Y aunque su presencia no es permanente, como sí ocurría con el joven protagonista de la argentina Un lugar en ninguna parte, asistimos al desmoronamiento de los padres, con la figura femenina como siempre representando la parte pragmática de la relación, castradora de sueños y neutralizadora de emociones merced al cuidado de la familia, aunque ésta pase incluso por una escandalosa falta de escolarización. Sus reacciones son a menudo incomprensibles, especialmente al final, mientras el padre se muestra más ilusionado, soñador y emprendedor, y la abuela materna el elemento mágico de la función, la que da sentido a ese enigmático Minari del título que parece hacer referencia a hundir raíces y adaptarse a la situación presentada.
Los episodios se van sucediendo así de forma previsible hasta llegar incluso a castigar al humilde, al pobre, al desheredado, que es otra de las constantes en este tipo de producciones que nos venden como sensibles y poéticas y no son sino la repetición de clichés tan molestos como recurrentes. El niño, la abuela y esa vía crucis (la del viejo y desaliñado jornalero, no la de la familia de aquel país una vez castigado por el ejército norteamericano), son apenas los atractivos de esta película, por otro lado tan celebrada por muchos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario