Dirección Belén Funes Guion Belén Funes y Marçal Cebrian Fotografía Diego Cabezas Música Paloma Peñarrubia Intérpretes Antonia Zegers, Elvira Lara, Mamen Camacho, Sebastián Haro, Guillermo Barbosa, Lorena Aceituno, Jordi Pérez Estreno en el Festival de Toronto 5 septiembre 2024; en salas 23 mayo 2025
Cinco años han pasado desde La hija de un ladrón, el celebrado debut en la dirección de largometrajes de la realizadora catalana Belén Funes, y casi nueve meses desde que esta su segunda película se estrenase en ese escaparate de temporada mundial que es el Festival de Toronto. Entre medias participó en la prescindible serie de televisión La ruta, ambientada en las discotecas del Levante durante la década de los noventa del pasado siglo, y ha cosechado tres importantes premios en la última edición del Festival de Málaga, el Especial del Jurado y los de mejor dirección y guion. Y con ese importante palmarés ha desembarcado por fin en la cartelera del país, logrando de nuevo el beneplácito de prácticamente la totalidad de la crítica española. Un parecer que no logramos compartir una vez comprobado que nos irrita tanto como lo hizo su ópera prima, por cuanto no encontramos la forma de empatizar con sus personajes y no vemos cuál pueda ser el objetivo y la determinación de su artífice a la hora de plantearnos la aparentemente difícil relación entre una madre y una hija que propone el film.
Para empezar, el título, referido a quienes desde ese sur al que el régimen sumió en la pobreza más absoluta para beneficiar a quienes más difícil ponían la continuidad de la dictadura, emigraban al norte o a Europa en busca de oportunidades con toda la casa a cuesta, como las tortugas, queda traicionado en una película que no trata directamente de ellos y ellas, sino de una ausencia que determina el bienestar, el futuro y la esperanza de estas dos mujeres. Funes de esta forma vuelve a incidir en la dependencia de sus mujeres en el referente masculino, poniendo el acento y el énfasis en el duelo que madre e hija experimentan, cada una a su manera, pero siempre de forma irritante y desvariada, frente al hombre que desaparece. Y en ese contexto retrata el campo del sur, la importancia ahí de la familia, pero también de las supersticiones y la superchería, cerrándonos la puerta a esa modernización de la que con justicia tan a menudo hacemos gala. También retrata, con más sentido del tópico que de otra cosa, la deshumanización urbana, donde tiene cabida la especulación y el desahucio, pero donde la camaradería entre compañeras de oficio, puede sustituir la falta del cariño familiar… otro tópico.
Pero la directora tiene buen oficio y sabe enganchar, a pesar de estas dificultades de sintonía y razón, llegando a involucrarnos en la peripecia emocional de estas dos mujeres, estupendamente interpretadas por la veterana actriz chilena Antonia Zegers y la verdadera revelación de la película, la joven Elvira Lara, pero cuyos personajes tan a menudo están sometidos a reacciones absurdas y chirriantes, siempre con esa ausencia como justificación, lastrando cualquier posibilidad de enaltecimiento del género, una vez más voluble y al borde del abismo sentimental, como si siguiéramos anclados en pleno siglo diecinueve. Mención aparte merece el enorme desagrado que nos merece ver tanto personaje, femenino siempre, fumando como hacía tiempo no veíamos en pantalla. Quizás una forma, como el alcohol, de huir de sus aparentemente mieserables vidas... más tópicos. Así las cosas, lo que más nos ha cautivado es la capacidad de mostrar varios tipos de vida a través de su generoso catálogo de personajes, las de quienes lo tienen todo por delante, las bloqueadas, las gastadas y las que han perdido toda esperanza.
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