viernes, 16 de mayo de 2025

UNA FRÍA COMBINACIÓN DE AROMAS Y SENTIMIENTOS

Gran Sinfónico nº 11 de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Iván Martín, piano. Pablo González, dirección. Programa: Siete principios herméticos, de Daahoud Salim; Noches en los jardines de España, de Falla; Sinfonía nº 6 en si menor, Op. 74 “Patética”, de Chaikovski. Teatro de la Maestranza, jueves 15 de mayo de 2025


La de anoche, y su repetición hoy, ha sido al menos la tercera vez que el director asturiano Pablo González se pone al frente de la Sinfónica de Sevilla, y como en aquellas otras ocasiones, su batuta no tuvo el reflejo que merece su inusitado entusiasmo e incuestionable profesionalidad. En los atriles, un estreno absoluto, el que está considerado mejor concierto español para piano de todos los tiempos, y una de las más desgarradoras y populares sinfonías jamás compuestas.

Interesante paisaje musical

No deja de ser un enorme placer comentar en estas páginas la impresión que nos causa un estreno absoluto, al que nos acercamos con los oídos vírgenes y curiosos, sin el contagio que otras interpretaciones puedan provocar en nuestra percepción de la música. No recuerdo que la ROSS haya interpretado antes una pieza de Daahoud Salim, nacido en Sevilla pero de ascendencia afroamericana. Sí lo hizo la OJA cuando en abril de 2023 interpretó su concierto para saxofón De paz interna.

Hijo del veterano y casi diríamos legendario Abdu Salim, que desde su Texas natural decidió instalarse en nuestra ciudad y agitar su vida jazzística, una disciplina que siempre ha calado fuerte entre nuestros y nuestras aficionadas, Daahoud derrocha personalidad y atesora una impecable formación clásica y jazzística que se hizo especialmente perceptible en aquel concierto de saxofón referido.

Siete principios herméticos se muestra, sin embargo, más heredera de otra influencia norteamericana, la que se refleja en esos amplios paisajes y épicas sensibilidades que desde tiempos de Aaron Copland acompañan buena parte de la producción musical de Estados Unidos. Pero la pieza de Salim no se fija en amplias praderas ni majestuosas montañas, sino en otra conquista aún por perfeccionar del ser humano, el espacio, ese cielo estrellado que alberga multitud de misterios y secretos y que el compositor parece evocar desde la especial tímbrica centelleante con la que arranca esta obra en siete movimientos.

Una creación majestuosa pero contenida que recrea atmósferas atreviéndose a retar las corrientes más vanguardistas en beneficio de la tonalidad y el romanticismo efervescente de sus líneas discretamente melódicas, sin por ello desdeñar su imponente modernismo al servicio de una evocación de imágenes muy arraigadas en nuestro acervo cultural.


Sus breves movimientos hacen acopio de ese ambiente relajado y fantasioso que parece dibujar, hasta que un perfectamente urdido crescendo se adueña del galopante Género final, con estructura férrea, un juego de dinámicas bien urdidas y una orquestación generosa en detalles e impresiones sensoriales.

La interpretación meditada y respetuosa de González y los maestros y maestras de la orquesta obtuvo la aprobación manifiesta del joven compositor, cuyo momento de gloria saludando al público se vio entorpecido por la entrada de espectadores y espectadoras rezagadas, que bien podrían haber esperado al dilatado interludio que precedió a la siguiente pieza, ajuste del piano incluido.

Falla y Chaikovski, demasiado contenidos

El pianista canario Iván Martín fue el reconocido solista en Noches en los jardines de España, ese concierto para piano que en realidad no lo es, más una triada de nocturnos bautizados como impresiones sinfónicas. El del piano aquí no es un papel protagonista sino uno principal al que acompaña el resto de la orquesta, lo que no resta importancia al esmero que el solista ponga a la hora de desgranar el sinfín de aromas y emociones que evoca la magistral partitura de Falla.

Martín estuvo acertado en la parte técnica, con un arranque mágico y un sinfín de filigranas impecablemente recreadas. Pero se enfrentó a una batuta que no puso toda la atención debida al volumen, empañando en más de una ocasión el trabajo del pianista, que por otro lado tampoco domina siempre la función. Y eso que en general la interpretación se reveló flácida y lánguida en su empeño por ser delicada y rehuir de superfluos efectismos, incuso en el enérgico y fogoso movimiento final en los jardines de la Sierra de Córdoba.


González descubrió su impecable faceta de orador ameno y distendido, con una elocuencia precisa y esmerada, en su insólita introducción de la Sinfonía Patética de Chaikovski, destacando la dificultad de averiguar la verdadera carga dramática y programática de la obra. Sin embargo esta admiración apasionada que demostró en su locuaz presentación, no tuvo el reflejo adecuado en una interpretación que igual que la pieza de Falla, se antojó demasiado contenida.

Pero a pesar de estos inconvenientes, la elegancia y la delicadeza que González imprimió a su dirección tuvo su reflejo en la estética melancólica que acompañó toda la partitura, excepto lógicamente el triunfal allegro molto vivace al que sin embargo faltó ironía y algo más de bullicio. La suya fue una Sexta elegante y contenida más de lo conveniente, en la que atisbamos una especial recreación y apertura de líneas melódicas en el movimiento inicial, pero menos desgarro del aconsejable en el adagio lamentoso final.

Fotos: Marina Casanova
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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