No podemos sino manifestar nuestra perplejidad, una vez más, ante un espectáculo perpetrado por quienes se sienten modernos y progresistas y no hacen sino errar conceptos echando mano, quizás inconscientemente, de viejos y devaluados clichés que no hacen sino perpetuar situaciones indeseables. Le ocurre a esta ópera de cámara, en cierto modo ambiciosa porque son muchas las entidades implicadas en su realización, cuenta con unos recursos técnicos holgados, el texto de un autor de la fama y el reconocimiento que acuña Alfonso Zurro, y la música detallista y combinada del Premio Nacional David del Puerto.
Llama la atención que en su puesta en escena sean tres las mujeres que la hacen realidad, dos voces y una viola, más la guitarra eléctrica de la que se hace cargo el propio compositor, pues se trata de una obra conceptual que pretende jugar más al psicoanálisis que a la dramaturgia, y para que quede claro ahí están esas manchas freudianas que de vez en cuando aparecen en la pantalla digital que sirve de telón escénico, en la que precisamente tres son los estereotipos de mujer que entran en juego, y ninguno positivo. Lo que demuestra que sin ser conscientes, seguimos anclados en muchos aspectos en ideologías vetustas, rancias y descoloridas, como cuando la mujer era sistemáticamente sacrificada por amor en tantos títulos operísticos decimonónicos. En dicha pantalla podemos seguir a través de la archiexperimentada técnica de la grabación en directo, los detalles de la puesta en escena.
Una de las mujeres está atormentada y se siente profundamente desgraciada por el abandono de su marido. Despechada hasta el punto de recrear el mito de Medea, como si no supiéramos que tanto la brujería como la violencia vicaria ni muchísimo menos es patrimonio de la mujer, que incluso es el hombre quien más la ejerce y la ha ejercido. Otra se permite disfrutar del sexo de las formas más variadas, aunque ella las considera una y otra vez perversiones. Y la otra, una Marilyn Monroe que aparece en multitud de poses tanto en pantalla como en un libro que es radicalmente destrozado en escena, parece representar a esa otra mujer también desdichada, rol que ya parece imposible sustraerle a la pobre Norma Jean, pero a la vez femme fatale y roba maridos, más por su apariencia frívola que por su histórica conducta sentimental.
Como puede observarse, tres estereotipos machistas de la mujer en pleno siglo XXI. Pero qué se puede esperar cuando llevamos tantos días pendientes mediáticamente del fallecimiento de un Papa, por mucho que se pretenda fuera tan bueno y progresista. Estas tres mujeres, dos en escena, la otra como presencia testimonial, se mueven por un escenario vejatorio, una especie de cámara de tortura para que quede aún más clara su via crucis, en el que exhiben su físico hasta límites pudorosos, y cantan o declaman embadurnadas en leche, agua, tinta y sangre falsa, tal es la pretensión estérilmente provocadora de su director de escena. Aunque a algunos lo único que nos provoca y repugna es que un hermoso libro de fotografías de Marilyn se destroce cada vez que se pone en escena le función.
A la soprano canaria Ruth González la hemos visto en Sevilla en papeles secundarios en La tabernera del puerto de Sorozábal, Alcina de Haendel y Jenufa de Janácek. Mantiene el tipo valientemente durante toda la función, a pesar de las circunstancias y de portar en la primera mitad una espantosa peluca lejos del tinte natural que exhibe en estas fotografías de archivo. Pero denota un timbre discretamente impostado, que en algunos pasajes, cantados de forma sobria y homogénea, nos traslada a una estética lírica de carácter veladamente zarzuelero. Con una voz rotunda y autoritaria, la mezzo también canaria Blanca Valido, que tanto nos gustó cuando participó junto a la Film Symphony Orchestra en el espectáculo Fénix de 2021, incorporó a una compañera de trabajo de la desdichada protagonista, cajera de supermercado, como voz de la conciencia y supuesta animadora sexual de la misma.
La música de David del Puerto fue quizás, sin grandes aspavientos, lo mejor de la propuesta, con esa combinación de técnicas tradicionales, complejas armonías y estéticas tonales y melódicas junto a sonoridades inquietantes pregrabadas y distorsiones de los dos únicos instrumentos en escena, logrando si no una partitura audaz y atrevida, sí al menos cierta creatividad en un trabajo ecléctico y puntualmente matizado. Lástima que estuviera al servicio de otro de esos textos mal enfocados de un autor demasiado mimado para la cantidad de veces que cae en visiones trasnochadas y rancias de realidades que seguramente pretende ilustrar de forma más acorde a nuestro tiempo, sin conseguirlo.
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