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Gianni Schicchi |
Anticipamos el doble programa que a buen seguro se podrá ver en el Teatro de la Maestranza si no en esta próxima temporada a punto de presentarse, en las venideras. Se trata de la coproducción entre nuestro coliseo y Les Arts de Valencia en torno a dos óperas breves, La hora española de Ravel y Gianni Schicchi de Puccini. Lástima que el recién celebrado centenario del fallecimiento del compositor de Lucca no haya servido para ofrecer Il Trittico completo, una de cuyas partes, Suor Angelica, tuvimos ocasión de ver y escuchar en Artillería de Sevilla hace apenas un par de meses. Disfrutar de las tres óperas permitiría observar la manera que el maestro tuvo de abordar las tres partes de la Divina Comedia de Dante Alghieri en las que se basa, siempre que una inteligente e ingeniosa puesta en escena permita distinguir el infierno de Il tabarro, el purgatorio de Suor Angelica y el cielo de Gianni Schicchi.
Para este tercer título, y el de Ravel que le acompaña en esta ocasión, se ha contado con el talento de Moshe Leiser y Patrice Caurier, reconocido y demostrado en multitud de importantes plazas líricas. A nosotros su propuesta se nos ha antojado heredera de dos importantes cineastas españoles. El papel pintado, la escenografía y el tópico en forma de gran toro que domina la escena en La hora española, nos remite al universo almodovariano, al que por otro lado tanto se adapta el enredo de cuernos y la fuerte carga erótica que emana del texto de Franc-Nohain en el que se basa la comedia musical de Ravel.
Por otro lado, el sainete cómico coral en el que deriva la hábil puesta en escena de la ópera en un acto de Puccini, recuerda considerablemente al universo berlanguiano, con esas miserias en modo astracanada que definen a las familias retratadas en sus películas, también presentes en esta intriga por herencia que narra el libreto de Giovacchino Forzano. Leiser y Caurier, con estas acertadas escenografías de Alain Cavalca y la precisa iluminación de Christophe Forey, predominantemente clara y radiante, han logrado dotar de un fuerte dinamismo a la doble función, especialmente meritorio en el caso del título raveliano, toda vez que su enredo de puertas (más bien relojes), entradas y salidas, no coincide en tempi ni temperamento con la sensual y más bien relajada música del autor del Bolero.
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L'heure espagnole |
Mucho más enérgica la partitura de Puccini, que tanto sirvió a Alex North para adaptar algunos de sus pasajes a la banda sonora de El honor de los Prizzi, como a Richard Robbins para hacer lo propio en Una habitación con vistas. Ahí, las idas y venidas de toda una pléyade de avariciosos familiares del difunto patriarca, tuvieron mayor correspondencia con la agilidad musical, a la que tanto se plegó la impecable dirección musical del jovencísimo Michele Spotti, ya director con tan sólo treinta y un años de la Ópera de Marsella. También su visión de la estética raveliana se saldó positivamente, con una dirección atenta a los matices y los aspectos más sensuales de la breve ópera que precedió a la más programada El niño y los sortilegios.
La idea de ambientar ambos títulos en épocas más o menos contemporáneas, funcionó gracias a que las mezquindades y miserias apuntadas persisten en la supuestamente más civilizada sociedad de hoy. Sin embargo, algunos aspectos llegaron a chirriar, como la escasa credibilidad que tiene mantener en secreto el fallecimiento de un paciente en un moderno hospital, escenario de la segunda de las óperas reseñadas.
Elenco extraordinario para esta representación levantina que se extiende desde el pasado 25 de abril hasta el próximo 4 de mayo, y de la que nosotros asistimos a la del domingo 27. La gran estrella indiscutible fue Ambrogio Maestri, que a sus cincuenta y cinco años se ha erigido en perfecto encarnador tanto de Gianni Schicchi como de Falstaff, lo que le convierte en barítono ideal para estos roles típicos de la comedia bufa. Una voz torrencial marcada por un timbre diamantino y una expresividad precisa, ni sosa ni exagerada, siempre en el tono justo para lograr la hilaridad sin perder la dignidad, fueron sus principales imanes a la hora de conectar con un público encantado de reír en la ópera. A su lado, resultó milagroso comprobar el excelente estado de salud vocal de la veterana mezzo Elena Zilio, también en el título pucciniano, sin atisbo de desgaste y haciendo gala de una vis cómica impecable y una precisión en tono y proyección extraordinaria. Por su parte, la joven valenciana Marina Monzó, cuya indisposición nos impidió disfrutar de su voz junto a la guitarra de Pablo Sáinz Villegas el pasado mes de diciembre en el Maestranza, entonó con oficio pero algo escasa de emotividad, el célebre O mio babbino caro. Claro que hacerlo amenazando con suicidarse jeringuilla mediante, restó ternura y compasión a un aria que lo pide a raudales.
Estuvo presente en ambos títulos el tenor peruano Iván Ayón Rivas, cuya carrera experimenta actualmente un ascenso sorprendente apoyado en un canto preciso y homogéneo, un timbre sedoso y una proyección sobrada. También coincidieron en el elenco de ambos títulos el tenor vasco Mikeldi Atxalandabaso y el bajo alicantino Manuel Fuentes, ambos con resultados también muy apreciados. En La hora española destacaron la mezzo suiza Eve-Maud Hubeaux, derrochando sensualidad tanto en lo canoro como en lo expresivo, y el barítono argentino Armando Noguera, perfecto como Ramiro gracias a un físico adecuado y una voz perfectamente colocada, capaz de abordar todos sus registros sin aparente esfuerzo. El resto del elenco en ambos títulos, al mismo excelente nivel que los protagonistas, redondeando una doble oferta tan disfrutable en lo musical, con la aportación siempre poderosa de la Orquesta de la Comunidad Valenciana, como desternillante en lo estrictamente teatral.
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