Como tantas otras
formaciones, la orquesta finlandesa llegó en
formación reducida, con un programa que sólo necesitaba cuerda y continuo,
con tres voces al violín, dos a la viola y una el resto, incluidos clave y
órgano, tiorba, violonchelo, viola da gamba y violone. Curiosamente este último
llevaba inscrita en grandes letras
doradas el final del célebre soneto V de Garcilaso de la Vega Por vos nací, por vos tengo la vida, por vos he de morir y por vos muero.
En el programa un buen número de compositores,
alemanes en su mayoría, muchos de los cuales trabajaron en la corte de la Reina
Cristina de Suecia, y unas sensacionales
improvisaciones de Ilkka Heinonen, el gran invitado de la velada,
especialista, defensor, reivindicador y revisionista de la tradicional lira
finlandesa, el jouhikko.
Una cuidada
puesta en escena
Debiera la organización
del festival cuidar algunos aspectos formales, como proyectar los títulos de las piezas conforme se vayan sucediendo,
ya que si no hay textos cantados, no se cuenta con la estimable colaboración de
la Asociación de Amistades de la Barroca. Falta de esta forma una guía que nos permita seguir el programa,
pues consultar los títulos en el móvil resulta molesto para el público, e
intentar hacerlo en papel impreso, un imposible ante la oscuridad reinante. En
esta ocasión resultaba fundamental esa guía, dado que se ofreció sin pausa, de una sola tacada, con la dificultad que eso
supone para distinguir unas de otras piezas.
![]() |
Ilkka Heinonen |
El conjunto sólo se
permitió hacer dos pausas técnicas
en todo el concierto, con el fin de afinar los antiguos instrumentos. Hubo
entradas falsas, algunos roces y otras imperfecciones de interpretación que,
sin embargo, no deslucieron un resultado
fascinante en el que se entremezclaron con toda la frescura y naturalidad
imaginable, piezas de marcado acento cortesano con otras de carácter místico.
Exitosa complicidad
Descubrimos exquisitas
composiciones de autores que trabajaron
para la reina Cristina de Suecia,
como el francés Pierre Verdier, el italiano Vincenzo Albrici o el alemán Thomas
Baltzar. Todo con un inconfundible sabor
alemán no exento de influencia italiana, al fin y al cabo las dos
corrientes que imperaban en este primer barroco del siglo XVII en el que se
centró todo el programa, con escalas fundamentales en el violín de Irma Niskanen, tan lírico como
electrizante según la pieza, y una complicidad
en todo momento que contribuyó sobremanera al éxito de la empresa.
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Irma Niskanen a la izquierda |
Pero fueron sin duda
sus improvisaciones a la danza las
que añadieron un toque más folclórico y distendido a un concierto que quedará
en nuestra memoria, y quizás se erija entre
los más sorprendentes y satisfactorios de esta edición del Femás.
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