martes, 22 de abril de 2025

OJA Y APOTEOSIS DE LA ORQUESTACIÓN

Gran Selección del Teatro de la Maestranza. Orquesta Joven de Andalucía. Juan Pablo Valencia, dirección. Programa: Mariachitlán, de Juan Pablo Contreras; Suites 1 y 2 de El sombrero de tres picos, de Falla; Cuadros para una exposición, de Mussorgsky (orq. Ravel). Teatro de la Maestranza; lunes 21 de abril de 2025


Pasada la treintena, la cita anual de la Orquesta Joven de Andalucía dejó atrás obras de considerable complejidad de autores como Mahler o Bruckner, para centrarse en un programa igualmente exigible pero de gramática más distendida y con un inconfundible sabor latino, a excepción de los Cuadros para una exposición, que no obstante bajo la dirección del colombiano Juan Pablo Valencia revistió también un fuerte temperamento y una fuerza y energía inusitadas, siempre desde el rigor y el respeto que exige la pieza de Mussorgsky.

Todavía recuperándonos del éxtasis que provocó el séptimo concierto de abono de la ROSS con Hernández Silva y Pacho Flores, y para calentar motores e inaugurar este ambiente de fiesta y de color, la rectora de las orquestas jóvenes andaluzas se encendió con una divertida página del joven compositor mexicano Juan Pablo Contreras. Mariachitlán es una especie de suite de carácter eminentemente cinematográfico que nuestra desviación cinéfila nos hizo comparar con el trabajo de Alex North para el clásico ¡Viva Zapata!.

Continuos cambios de ritmo y giros inesperados de guion que nos llevaron de la alegría del arranque al candor de los pasajes más relajados y románticos, pasando por exhibiciones suntuosas de ritmo e inusitada energía que los y las jóvenes intérpretes resolvieron con el magisterio de los más experimentados profesionales, siempre desde la arrebatada pero muy controlada batuta del muy entregado Valencia. Los y las intérpretes pudieron incluso exhibir sus voces, gritando en escala ascendente el título de la pieza.

Falla entre la delicadeza y el temperamento

La cita de anoche se tradujo en una apoteosis de la orquestación, primero con la variada propuesta de Contreras, llena de contrastes y participación de todas las familias orquestales, así como una decisiva participación de la percusión. Igualmente podemos considerar El sombrero de tres picos de Falla como todo un ejercicio de frondosa y elocuente orquestación.


Esta vez se optó por interpretar las dos suites en lugar del ballet completo, evitando así los pasajes cantados pero sacrificando en parte su narrativa al prescindir de secuencias como la beethoveniana llamada del destino aludida en la Danza del molinero. Por el contrario, así interpretada todo queda muy cohesionado y el colorismo de la obra potenciado.

Metales y maderas se emplearon a fondo para no deslucir frente a una cuerda perfectamente ensamblada, considerablemente aterciopelada, sin estridencias ni desajustes, y un trabajo de la grave que potenció el ritmo y el temperamento con el que Valencia atacó la pieza. Sólo percibimos alguna falta puntual de coordinación en el arranque de la segunda suite, Los vecinos, que no afectó a la fuerza y la rabia con que la orquesta atacó el fandango de la molinera, el apoteósico final de la primera suite o la algarabía de la jota final.

Quizás se abordó la pieza con una formación demasiado generosa para los efectivos requeridos en la página, aunque Valencia se las ingenió para que tanto instrumento no provocara el caos o la saturación general.

Unos cuadros expresivos y meditados

La obra de Mussorgsky, prodigio también de orquestación en manos de Ravel, supuso un cambio radical de registro y de color en el programa planteado, lo que no fue óbice para alcanzarse una lectura meditada y detallista que, aunque con algún desajuste puntual, especialmente en los siempre sufridos metales, logró un resultado ampliamente satisfactorio.


Valencia trabajó la pieza desde la solemnidad, ajustando su temperamental manera de dirigir a la gramática más ascética de la pieza de Mussorgsky, llevándonos de la mano por esos diez cuadros de Hartmann a los que el compositor dedicó su obra. El director evitó la gratuita exageración con la que otros abordan la partitura. En su lugar ofreció una lectura muy meditada, a la que se plegaron los y las jóvenes intérpretes con una disciplina férrea y el mismo entusiasmo, aunque menos visible, con el que se enfrentaron a las otras páginas más coloristas.

El paseo de Valencia y la OJA por la exposición se antojó decidido y firme, con paradas tan logradas como el casi diabólico Gnomus, el tono nostálgico del fagot en El viejo castillo, o el robusto canto de la tuba en Bydlo, aunque su participación se antojó indecisa y algo desajustada. Asomó también el humor del Ballet de los polluelos, el trabajo fuertemente descriptivo de Goldenburg y Schmuyle, así como un impecable y amenazador trabajo de los metales en las Catacumbas.

Así hasta llegar a la suntuosa Puerta de Kiev, con todos los efectivos empleándose a fondo y exhibiendo una fuerza inusitada, la que acompaña a la ilusión y el temperamento de la juventud, junto al esfuerzo y el talento individual de cada uno y una por separado.

En las propinas brilló el tono melancólico y fuertemente emotivo que caracteriza Nimrod de las Variaciones Enigma de Elgar, y de nuevo el sabor efusivamente latino con una soberbia orquestación sinfónica, llena de ritmo y de pasión, de El cumbachero de Rafael Hernández. Un fin de fiesta sensacional y una forma extraordinaria de demostrar la versatilidad de estos jóvenes músicos preparados y preparadas para afrontar cualquier disciplina musical.

Fotos: Guillermo Mendo
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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