Maria Padilla. Ópera en tres actos de Gaetano Donizetti, con libreto de Gaetano Rossi. Sasha Yankevych, dirección musical. Íñigo Sampil, director del coro. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Coro del Teatro de la Maestranza. Con Kristina Mkhitaryan, Silvia Tro Santafé, Francesco Demuro, Andrey Zhilikhovsky, David Lagares, Oscar Oré, Julio Ramírez y Carolina Rotela. Teatro de la Maestranza, viernes 2 de mayo de 2025
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Kristina Mkhitaryan y Andrey Zhilikhovsky |
Ayer
hizo justamente treinta y cuatro años
que el Maestranza abrió sus puertas al público por primera vez. Fue de la mano
de Vjekoslav Sutej y la Sinfónica, junto al inimitable Rafael Orozco, para
ofrecernos el segundo de Rachmaninov
y Scherezade de Rimski-Korsakov, sólo
ocho días antes de que la gala protagonizada por las más rutilantes voces españolas del momento inaugurara
oficialmente el coliseo del Paseo Colón.
El
emplazamiento del elenco protagonista de Maria Padilla frente al público y con
el Coro del Maestranza detrás, podía evocar el recuerdo inmarchitable de aquella velada gloriosa. Las voces, por
su parte, sin gozar ni de lejos de la popularidad de aquellas autoridades
convocadas, sí que lo hicieron de rotunda
maestría, belleza canora y entrega absoluta a lo que fue un feliz
redescubrimiento en Sevilla, esta ópera que Donizetti ambientó en nuestro
Alcázar.
En
la vida tantas cosas son cuestión de suerte. Maria Padilla nada tiene que envidiar a sus hermanas las reinas
inglesas, ni mucho menos a su gemela La
favorita, el otro título donizettiano ambientado en la ciudad de la
Giralda. Es más, en muchos aspectos
supera con creces a estas óperas aludidas, que gozan de mantenerse férreas
en el repertorio, mientras la dedicada a la amante, y reina después de muerta,
de Pedro I el Cruel, hace ya mucho que feneció
de forma harto inexplicable, como quedó demostrada en la sensacional noche
de ópera que vivimos ayer.
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Mkhitaryan y Silvia Tro Santafé |
Fue
un éxito en su estreno en Milán en 1841, y visitó multitud de plazas en los
años siguientes, incluida Sevilla y su llorado Teatro San Fernando. Luego, cayó en el más absoluto olvido, y ahora
apenas se puede disfrutar en las contadas grabaciones que de ella se han
realizado, siempre desde la humildad, siendo la de Ópera Rara la más
recurrente, con Alun Francis al frente de la Sinfónica de Londres.
Precisamente
la edición si no crítica, sí lo más
parecido posible, de este sello discográfico, fue la utilizada para esta
recuperación en versión concierto que pudimos disfrutar anoche en el
Maestranza. Una versión que combina segmentos
alternativos, descartes y postizos obligados según las distintas
representaciones que de ella se celebraron en el siglo XIX, sin por ello
traicionar su precisa dramaturgia, trasunto de una historia que, debido a las
múltiples fuentes históricas, resulta mucho
más farragosa en la vida real.
Ópera
en mayúsculas
Para
poner en pie esta acertada iniciativa, se contó en un principio con una batuta
especializada en el universo de Donizetti, el italiano Riccardo Frizza. Pero
apenas unos días antes de la representación, el maestro canceló por motivos de
salud, sustituyéndole el joven ucraniano
Sasha Yankevych, que con el tiempo en contra ha logrado ponerla en pie con
el mejor de los resultados posibles.
En
sus manos, la orquesta sonó voluptuosa,
siempre elegante, sin estridencias ni vehemencia, logrando que en ningún
momento se eclipsaran las voces. Claro, que en esto último tuvo mucho que ver colocarse en el foso y no detrás de los
solistas como suele ser habitual en las óperas en concierto. Una solución que
ya se adoptó con el recital de Radvanovsky y Beczala y que a nuestro juicio resta espectacularidad al conjunto.
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Sasha Yankevych |
De
la ingente cantidad de óperas que conforman el catálogo del compositor de
Bérgamo, pocas son en proporción las que siguen en el repertorio. Esta ópera redescubierta demuestra que
quizás debieran ser más las que gozasen de ese privilegio. Gracias a la atenta y meticulosa dirección de Yankevich
y los excelentes resultados que bajo su control exhibieron los diversos
instrumentos solistas, pudimos disfrutar en toda su extensión de la belleza de una partitura rica en
arias, ariosos, arietas, dúos, cabaletas, corales y otros números resueltos con
excelencia y brillantez.
En
este sentido, conviene destacar el sensacional
trabajo del Coro del Maestranza en las numerosas y generosas piezas que se
le dispensan, algunos con solemnidad de estilo schubertiano y otros con
inequívoco sabor ibérico, alegre y
desenfadado, como ese bolero con el que arranca el segundo acto. Ellos y
ellas fueron caballeros, nobles, gente del pueblo y de la corte, debiéndose en
gran parte a su trabajo esas subidas de
tensión que protagonizan los finales de cada acto.
Un formidable conjunto de voces
Poco
o nada hubiera lucido esta recuperación sin el trabajo preciso, excelente, de las voces convocadas al efecto.
Ellas y ellos lograron que cada número brillara por derecho propio, de forma
que resultara inexplicable que muchas de sus arias y piezas de conjunto no hayan pasado al repertorio de grandes
éxitos operísticos.
Excelsa
y elegante, así lució la soprano Kristina
Mkhytarian, una voz con mucho cuerpo y una presencia escénica fascinante,
que dominó agilidades de forma holgada y afrontó
las numerosas dificultades de su papel con solvencia y fluidez. Ya fuera en
solos o en dúos, así como cuartetos y sextetos, su voz alcanzó momentos de rutilante belleza. Sorprendió mucho la
fuerza vocal, la rotundidad no reñida con sensibilidad expresiva, del barítono
moldavo Andrey Zhilikhovsky, que
exhibió en todo momento una voz torrencial
de bravura. Su dominio del papel del don Pedro lo demostró con creces en
arias tan hermosas como Lieto fa voi
ritorno.
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Francesco Demuro y David Lagares |
La
valenciana Silvia Tro Santafé
triunfó también como Inés, la hermana de la protagonista, seduciéndonos ya
desde su inicial Al vostro puro omaggio,
y conquistándonos definitivamente en Sorridi,
oh sposo amato, gracias a un timbre agradable y unas agilidades generosas. Junto
a Mkhytarian protagonizó momentos en pianissimi y filados de gran belleza y
envergadura. Menos nos convenció el veterano Francesco Demuro, que aunque brilló también como Ruiz, el padre de
la infortunada, exhibió cierto desgaste en su fraseo, no obstante resolver con
altura arias como Il sentiero di una vita
y su ligada calabeta Una gioja ancor mi
resta.
El
resto cumplió con satisfacción, desde la voz rotunda y profunda de David Lagares a la más pequeña pero
expresiva de Óscar Oré, y los breves
pero muy logrados trabajos de Julio
Ramírez, miembro del coro, y Carolina
Rotela. Todos y todas al servicio de una noche de ópera excelsa e inolvidable.
Fotos:
Guillermo MendoArtículo publicado en
El Correo de Andalucía