Betrand Chamayou, piano y percusión. Programa: Obras de John Cage (Sonatas e interludios para piano preparado; In a Landscape; Suite para piano de juguete; Child of Tree, improvisación para material vegetal amplificado)
Teatro Central, miércoles 15 de mayo de 2013
Siendo testigo de un concierto como éste, el que ofreció el joven y muy reconocido pianista francés Bertrand Chamayou como homenaje al compositor americano John Cage cuando se cumplen 101 años de su nacimiento y 21 de su deceso, uno vuelve a preguntarse porqué este repertorio no acaba de integrarse en las programaciones convencionales de nuestros promotores culturales. De hecho Chamayou se caracteriza por abordar con igual solvencia el repertorio clásico y el contemporáneo; por qué entonces seguimos anclados en la música de los siglos XIX y XVIII, con lo que ello conlleva de agotamiento para los intérpretes a la hora de usar la imaginación con el fin de ofrecer visiones frescas de las músicas de siempre. A estas alturas resulta inconcebible que nuestros oídos no sean capaces de disfrutar de las propuestas de mitad del siglo pasado hacia delante, al mismo tiempo que de las del romanticismo o el clasicismo más recurrentes. Cage dio amplio sentido a la definición del piano como instrumento de cuerdas percutidas cuando motivado por una necesidad lo convirtió en arma de percusión interviniéndolo a discreción para lograr de él sonidos inimaginables para los usuarios más conservadores. Es lo que se llama piano preparado, alrededor del cual giró el concierto en el que Chamayou invirtió más de una hora sólo para intervenir el instrumento según las directrices concisas del autor. Luego, ya de cara al público, su propuesta giró alrededor de las dieciséis sonatas y cuatro interludios que el compositor californiano escribió entre 1946 y 1948, interpretadas en esta ocasión en cuatro bloques, de los cuales el más imaginativo y variado fue sin duda el primero, correspondiente a las sonatas I a V y el primer interludio. Piezas que fueron abordadas con una seguridad absoluta por parte de un pianista decidido a buscar con éxito el matiz y el control de cada pieza, otorgándoles su propia individualidad para evitar en todo momento caer en la siempre tan temida monotonía. Su habilidad para combinar los aspectos más ortodoxos con los aires exóticos orientales de la música de Cage fue encomiable.
Siendo testigo de un concierto como éste, el que ofreció el joven y muy reconocido pianista francés Bertrand Chamayou como homenaje al compositor americano John Cage cuando se cumplen 101 años de su nacimiento y 21 de su deceso, uno vuelve a preguntarse porqué este repertorio no acaba de integrarse en las programaciones convencionales de nuestros promotores culturales. De hecho Chamayou se caracteriza por abordar con igual solvencia el repertorio clásico y el contemporáneo; por qué entonces seguimos anclados en la música de los siglos XIX y XVIII, con lo que ello conlleva de agotamiento para los intérpretes a la hora de usar la imaginación con el fin de ofrecer visiones frescas de las músicas de siempre. A estas alturas resulta inconcebible que nuestros oídos no sean capaces de disfrutar de las propuestas de mitad del siglo pasado hacia delante, al mismo tiempo que de las del romanticismo o el clasicismo más recurrentes. Cage dio amplio sentido a la definición del piano como instrumento de cuerdas percutidas cuando motivado por una necesidad lo convirtió en arma de percusión interviniéndolo a discreción para lograr de él sonidos inimaginables para los usuarios más conservadores. Es lo que se llama piano preparado, alrededor del cual giró el concierto en el que Chamayou invirtió más de una hora sólo para intervenir el instrumento según las directrices concisas del autor. Luego, ya de cara al público, su propuesta giró alrededor de las dieciséis sonatas y cuatro interludios que el compositor californiano escribió entre 1946 y 1948, interpretadas en esta ocasión en cuatro bloques, de los cuales el más imaginativo y variado fue sin duda el primero, correspondiente a las sonatas I a V y el primer interludio. Piezas que fueron abordadas con una seguridad absoluta por parte de un pianista decidido a buscar con éxito el matiz y el control de cada pieza, otorgándoles su propia individualidad para evitar en todo momento caer en la siempre tan temida monotonía. Su habilidad para combinar los aspectos más ortodoxos con los aires exóticos orientales de la música de Cage fue encomiable.
John Cage "preparando" su piano |
Entre cada bloque una singular pieza de carácter tan frívolo como ingenioso. La primera concebida para piano de pared, In a Landscape, una preciosa obra que da sensación de mecerse, tan seductora como relajante, compuesta también en 1948 y precursora sin duda del new age en su afán minimalista y su vocación sedante, en la que también se dan cita elementos de inconfundible sabor oriental y un confeso tributo a Satie, tan admirado por Cage. Chamayou se atrevió también con el dificilísimo piano de juguete para ofrecernos una pieza como las otras compuesta también en el 48 y con un valor más de coyuntural curiosidad que de efectivo ingenio. Claro que en este sentido el gato se lo llevó al agua Child of Tree de 1975, obra absolutamente conceptual en la que Cage se limita a dar las pautas para que sea el intérprete quien a través de la improvisación y el azar genere los sugerentes sonidos convenientemente amplificados que se extraen de instrumentos tan peregrinos como un par de cocos, un cactus, unas ramas o una piñas secas, cuya duración puede estirarse al infinito (no olvidemos que Cage es el autor de esa obra interminable que es As Slow As Possible), si bien Chamayou la limitó a lo meramente referencial.
Conviene felicitar la gestión de un concierto como éste, que nos brinda la oportunidad de disfrutar de un gran valor de la interpretación musical actual, a la vez que abrazar una visión bastante acertada de uno de los compositores más influyentes y admirados del siglo pasado. Propuestas como ésta nos abren nuevas perspectivas y horizontes para apreciar la música y liberarla de los anquilosados límites que habitualmente le imponemos. Lástima que la inquietud del público asistente impidera ese silencio absoluto casi religioso con el que es necesario acercarse a este tipo de repertorios.
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