USA-Australia 2013 143 min.
Dirección Baz Luhrmann Guión Baz Luhrmann y Craig Pearce, según la novela de F. Scott Fitzgerald Fotografía Simon Duggan Música Craig Armstrong Intérpretes Leonardo DiCaprio, Tobey Maguire, Carey Mulligan, Joel Edgerton, Isla Fisher,
Jason Clarke, Elizabeth Debicki Estreno en España 17 mayo 2013
Recuerdo que descubrí El gran Gatsby de Francis Scott Fitzgerald de la mano del exquisito realizador británico Jack Clayton y del gran Robert Redford cuando TVE la emitió por primera vez, hace ya más de treinta años. Me impactaron tanto sus descomunales y extravagantes fiestas (especialmente dos gemelas que no podían parar de bailar, incluso a la mesa, y que dominaban el tango entre ellas) como la delicadeza y el refinamiento de su puesta en escena. De manera que no se podía acercar uno a esta revisión de este clásico de la literatura americana más que con escepticismo. La gran novela americana, como siempre se ha considerado, deviene con Luhrmann en, ¡sorpresa!, gran tragedia americana. Adaptada al cine por primera vez en 1926, el mismo año en que George Cukor llevó a los escenarios de Broadway la adaptación que hizo Owen Davis, El gran Gatsby fue incorporado por Alan Ladd en 1949 antes de que Redford la inmortalizara para siempre en el célebre film de 1974. Después vendrían al menos un par de adaptaciones televisivas y un cortometraje que se atrevía a contar la historia en tan sólo cinco minutos. Y así hasta esta nueva extravagancia del director de Romeo+Julieta y Moulin Rouge. Haciendo uso de todos los recursos infográficos imaginables, un empleo satisfactorio de la tridimensionalidad y una chocante banda sonora pop, funky y rappera, no obstante efectiva a pesar de su evidente anacronismo, Luhrmann ha conseguido una película estimable contra todo pronóstico. La clarividencia de Clayton a la hora de plasmar la crítica de Fitzgerald a la decadente clase alta norteamericana inmediatamente anterior al crack del 29 no es alcanzada por un Luhrmann más interesado en reflejar el paralelismo entre aquella época y la nuestra y de cómo las clases privilegiadas sobreviven impunemente a los grandes desastres económicos, mientras las fortunas basadas en el gran sueño americano padecen los riegos del enriquecimiento rápido y milagroso y convierten la experiencia más bien en una pesadilla. En este sentido este nuevo Gatsby se erige en amarga crónica sobre un club cerrado al que ni siquiera se puede acceder por vía de una inmensa fortuna amasada por amor. Al margen de los excesos estéticos y el barroquismo imperante en todo el metraje de la cinta, la película incide en la miseria subyacente en estas clases privilegiadas, la intromisión mal recibida de quienes atentan integrarse en ella desde posiciones sociales más bajas, y las excentricidades incontroladas de una época caracterizada por la locura, los años 20. Luhrmann consigue incluso imbuir la segunda mitad de su película de romanticismo e intimidad, tras una primera dominada por los excesos estéticos y retóricos, con una presentación del personaje principal mítica al son de la Rapsodia Azul de Gershwin y con fuegos artificiales de fondo (como Woody Allen presentaba a su adorada Nueva York en Manhattan).
El mayor problema de la cinta recala en sus intérpretes, sin el carisma ni el atractivo del elenco seleccionado por Clayton, donde además Mia Farrow personificaba a la perfección a la típica niña rica, caprichosa y desalmada bajo un disfraz de candidez absoluta. Carey Mulligan no lleva disfraz, es directamente cándida, con el menoscabo que ello supone para trasladar la imagen que Fitzgerald quería dar de la hipocresía social en su novela. Más despropósito supone aún el personaje de Tobey Maguire, cronista y observador del gignol que se representa a su alrededor, y que en Sam Waterston disfrutaba de una elegancia y una dignidad que Spiderman no alcanza siquiera a rozar. Tampoco DiCaprio está a la altura de la fascinación, categoría y presencia que suscitaba Redford, cuya incorporación del héroe romántico marcó época. En cuanto al guión, si no fuera por la incorporación de las sesiones de psicoanálisis y los flashbacks sobre el pasado de Gatsby, que sí estaban en la versión de Elliot Nugent del 49, el resto parece un remake plano a plano del film de Clayton, incluso los diálogos (¿alguien ha pagado derechos de autor a Francis Ford Coppola o es que estaba ya todo en la novela?), pero con ese toque estético inconfundible del director de Australia y ese énfasis trágico y premonitorio al que hemos hecho referencia y que constituye el gran logro de esta estimable revisión de la novela del autor de El curioso caso de Benjamin Button, Sueve es la noche o La última vez que ví París.
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