Una
decena de estudiantes del cuarto máster convocado por la Academia de Estudios
Musicales de la Fundación Barenboim-Saïd, arropados por otros cuarenta
compañeros y compañeras de los conservatorios sevillanos, dieron en la noche
del domingo un estimulante concierto benéfico convocado por Ayuda en Acción
para combatir el hambre infantil en el Mundo. La cada vez más especializada y
perfeccionista labor de estos jóvenes intérpretes tiene siempre un componente
desinteresado, por lo que dar un concierto con fines benéficos no reviste en su
caso ninguna novedad más que la satisfacción personal de ayudar en una causa
tan noble. Ese añadido desinteresado sí tiene valor en el caso del reputado
director venezolano Manuel Hernández-Silva, que estuvo siete años al frente de
la Orquesta de Córdoba, y cuyos trabajos con la Sinfónica Simón Bolívar de
Venezuela le ha proporcionado también una vasta experiencia en el trabajo con
jóvenes músicos. Hemos destacado muchas veces la importancia de facilitar a
nuestros estudiantes la posibilidad de enfrentarse a una partitura en conjunto
y hacerlo frente a un público. Afortunadamente los nuestros tienen variadas
oportunidades de hacerlo gracias a los numerosos conjuntos que han aflorado en
este sentido en los últimos años, con la Orquesta Joven de Andalucía y la
Sinfónica Conjunta al frente.
Como
el propio Hernández-Silva atestiguó al final del concierto, ellos son el futuro
de la música, y en ese sentido podemos quedarnos tranquilos de que ese futuro
en nuestro país está asegurado. Sin embargo tampoco podemos ponernos muy
exigentes con quienes aún tienen por delante un amplio camino por recorrer y
muchas oportunidades más de lucirse para ir marcando el rodaje necesario hasta
alcanzar la excelencia. Un camino que están pisando con seguridad y paso firme y que posibilitó una última sinfonía de Haydn - estrenada también en
una gala benéfica y llamada Londres porque en su último movimiento aparecen
melodías populares de las calles de la ciudad - robusta y matizada, de fuertes contrastes y
una equilibrada combinación de timbres y recursos, a la que tan sólo se echó en
falta un poco más de atmósfera y delicadeza, aunque no podemos negar que
estuvo sobrada de entusiasmo, chispa y vigor.
Y
de Londres a Italia y sus melodías tradicionales de la mano de Mendelssohn y su
Sinfonía nº 4, cuya exuberancia (allegro inicial y saltarello final) y su
candidez (el canto peregrino del andante y el majestuoso minuetto) quedaron
bien salvaguardados merced de nuevo al entusiasmo de los intérpretes y la
elegancia de la batuta, si bien percibimos una cuerda aguda a menudo desequilibrada
e imprecisa en conjunto. Por el contrario la grave exhibió presteza y
compenetración, al igual que los sensacionales metales y maderas, todos en
grupos de dos, y el magnífico y obstinado trabajo de timbales.
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