A pesar de los tiempos que corren y la cada vez más alarmante falta de apoyos, tendríamos que sufrir un cataclismo para que la ciudad se quedara sin orquestas. A las excelencias de la Sinfónica y la Barroca se une este milagro que es la Orquesta de la Universidad y el Conservatorio, que recupera ahora el nombre con el que se presentó hace exactamente dos años, Sinfónica Conjunta. Su jovencísima plantilla nos hizo recordar a algunos la ingente labor de divulgación de la música clásica desempeñada por Fernando Argenta entre los jóvenes, justo el día en que lloramos su triste desaparición.
La voluminosa plantilla de la orquesta, que haría inasumible una remuneración en su justa medida, hace más difícil cohesionar sus miembros y conseguir, como hace García Rodríguez, un sonido tan compacto y generalmente homogéneo, a pesar de sus lógicas y naturales imprecisiones. Su vertiginosa batuta y su talante torbellino lograron una Cuarta de Chaikovski de considerable temperamento dramático y trágica expresividad, musculosa, autoritaria y con una introducción de ese destino invencible al que alude el autor magníficamente abordada por una sección de metales que ya hizo gala de su prestancia en las místicas fanfarrias de Arvo Pärt. La cuerda aguda sonó sin embargo más dubitativa e imprecisa.
Este temperamento del director jugó en su contra a la hora de imprimir las piezas de Busoni y Debussy, o el Andantino de la Sinfonía de Chaikovski, de mayor lirismo y delicadeza. La Berceuse élégique de Busoni, que formó parte del programa con el que Mahler se despidió de la dirección en 1912, mantuvo su carácter melancólico y su luz opaca, haciendo honor a la intención del autor de homenajear a su madre, fallecida sólo unos meses antes. La interpretación habría sido más redonda con un ataque más seguro y preciso de la cuerda, en este caso la grave; por otro lado la disposición de la orquesta no ayudó a mantener el justo equilibrio.
El muy atareado Juan Pedro Luna, que sólo un día antes actuaba en el ciclo de Juventudes Musicales y la semana antes estuvo implicado en el ciclo de música contemporánea del Espacio Santa Clara, ejerció de solista en la Rapsodia para saxofón de Debussy, cuya otra rapsodia, la de clarinete, escuchamos hace poco en el ciclo de cámara de la Sinfónica. Luna atacó la pieza con una agilidad y una elegancia encomiables, sobre todo en alguien de su edad, con una obra que ofrece complejos pasajes en agilidades y arabescos, así como una potente carga de sensualidad, agradeciéndose la sutileza con la que fue abordada la percusión. El saxofonista y otros dos estudiantes recibieron en el acto un merecido diploma por sus excelentes expedientes académicos.
Versión extensa del artículo publicado en El Correo de Andalucía el viernes 6 de diciembre de 2013
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