Los veinticuatro maestros que se congregaron en el tradicional concierto de apertura del año académico de la Hispalense, dieron una notable muestra de profesionalidad y buen hacer en un momento de confusión y desconfianza sobre el futuro de la gestión de su empresa. Su concertino, el hábil y trabajador Éric Crambes, lideró frente a ellos una fresca y original propuesta en la que las archiconocidas Estaciones de Vivaldi se alternaron con las que Piazzolla dedicó a Buenos Aires entre 1965 y 1970.
Hoy que se impone la intepretación con criterios historicistas e instrumentos de época, plantear unas Cuatro Estaciones con orquesta sinfónica, aunque sea en versión reducida de cámara, resulta cuanto menos osado o atrevido. Doce violines además del solista, cuatro violas, cuatro violonchelos y dos contrabajos resulta aún excesivo para encarar la celebérrima página del prete rosso. Pero si se siguen criterios de interpretación más o menos ajustados a la época, con casi total ausencia de vibrato, toque seco y seguro y una atmósfera afín a la estética barroca, como así se hizo, los resultados pueden llegar a ser muy jugosos. Un esmerado control en dinámicas, armonía y contrapunto, y justo equilibrio entre pasajes furiosos y atemperados, con una cuerda bien empastada y disciplinada, además de la inestimable ayuda de Alejandro Casal al clave, lograron una versión muy satisfactoria de la pieza.
Piazzolla compuso cada una de sus particulares estaciones separadamente, y sólo en puntuales ocasiones las interpretó juntas con su banda. Escritos para quinteto de violín o viola, piano, guitarra eléctrica, contrabajo y bandoneón, estos cuatro tangos emulan el pulso de la ciudad de Buenos Aires a través de las estaciones del año, sin procurar buscar reflejo alguno en las homónimas de Vivaldi. El compositor especializado en bandas sonoras, Leonid Desyatnikov, las arregló para violín y orquesta de cuerdas e incluyó en ellas citas del músico barroco, pero buscando siempre la correspondencia entre la estación americana y su contemporánea europea, de forma que en Verano sonasen citas del invierno vivaldiano y así sucesivamente. Buen criterio que se podría haber seguido también en este singular concierto, de forma que así el original permaneciese más fresco a la hora de identificarlo en el tango correlativo. Crambes ofreció unas versiones sólidas y detallistas, equilibradas en lirismo y temperamento y, en definitiva, muy sabrosas, logrando de la orquesta un ropaje generoso y corpulento. Un sobrecogedor Oblivion de Piazzolla puso el excelente punto final a la velada.
Versión extensa del artículo publicado en la edición impresa de El Correo de Andalucía el 11 de octubre de 2014
Hola Juan, asistí también al concierto y quedé extasiado con la interpretación de Vivaldi y con las "estaciones" de Piazzola que no conocía. ¡Maravilloso!
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