domingo, 8 de febrero de 2015

UN ESTUPENDO DANI ROVIRA NO PUDO IMPEDIR QUE LA GALA DE LOS GOYAS FUERA UNA VEZ MÁS SOPORÍFERA

Un Goya al menos debería estar reservado a los esforzados y entusiastas cinéfilos que se tragan el soporífero espectáculo con el que la Academia nos castiga cada año. Pocos sin duda serán los que consigan llegar al final de la interminable entrega de galardones e insulsos e irrelevantes discursos de agradecimiento que ocupan la mayor parte de estas tres horas y media sin interrupciones que dura la ceremonia. Es humano que los premiados aprovechen para emocionarse y dedicar su triunfo a las personas que quieren, pero a menudo abusan de nuestra paciencia y perjudican al espectáculo. Dani Rovira hizo lo que pudo, que no es poco, y gracias a su frescura, su ingenio, indudable comicidad y saber estar, alivió la pesadez del espectáculo, sobre cuyos aciertos y desaciertos recomiendo una interesante reflexión publicada en lainformacion.com. Salvo por unos poco imaginativos y muy ridículos trailereses (como el actor y cómico llamó con desparpajo a los avances cinematográficos que se proyectan en las salas comerciales), las intervenciones de Rovira fueron recibidas como agua de mayo por la concurrencia, al menos la que lo seguía desde casa. Exhibió incluso agilidad y disciplina a la hora de enfrentarse a una complicada coreografía de claqué diseñada por Jon O'Brien y en el que también destacó el actor Adrián Lastra, curtido en el musical y nominado en 2012 al mejor actor revelación por Primos de Daniel Sánchez Arévalo. Menos logrados fueron los juegos de palabras a propósito de los títulos con más nominaciones, otro préstamo descarado y mal adaptado de los Oscar. Como es costumbre desde su fundación hace ya casi treinta años, la reivindicación y el pataleo fue la nota dominante, por eso no es de extrañar que el éxito del Dúo Dinámico Resistiré se convirtiera en leit motiv de la noche. El presidente de la Academia, Enrique González Macho, esgrimió otro cansino discurso sobre la falta de apoyo de las instituciones y celebró el éxito del cine español del pasado año, aunque al final el reconocimiento unánime e incondicional a un solo título, en esta ocasión La isla mínima, parezca contradecir la excelencia de la cosecha aplaudida. Este año el cine ha llenado las arcas públicas, se dijo; bueno, pues eso está muy bien y por ahí habrá que seguir. En su interminable y lento discurso, uno de los productores de la película del año, creo que José Antonio Félez de Atípica Films, llegó a confesar que habida cuenta del éxito del cine español de 2014 había que seguir haciendo películas que gustasen al público; o sea, que durante cien años no parece haberse acertado. Lamentable. Pero para discurso soporífero el de Antonio Banderas, además leído, lo cual lo hace más pesado, y tan pretencioso que parecía que el actor malagueño estuviese dando el pregón de Semana Santa o hubiese sido poseído por el espíritu de Unamuno. Además, la Academia le condecoró con el Goya de Honor pero dejó sin premio a su película Autómata, que en el colmo de los disparates ni siquiera competía en el apartado de efectos visuales. Almodóvar, al presentar el premio a Banderas, sentó la polémica al dar la bienvenida a toda persona amante de la cultura, entre la que no incluía al ministro Wert, presente en la gala. A algunos les pareció una grosería, a otros muy oportuno y acertado.

La isla mínima merecía un gran reconocimiento, pero en apartados como vestuario o dirección artística sobraba premio; incluso la música de Julio de la Rosa, que funciona bien dramáticamente, no tenía parangón con la preciosa partitura de Pascal Gaigne para Loreak, una joya que se fue de vacío. Nerea Barros apenas tiene un par de secuencias en la película, que defiende con corrección y poco más. Frente a ella un trabajo integral como el de la joven sevillana Ingrid García-Jonsson en Hermosa Juventud, único título del año que afronta directamente la crisis económica en nuestro país, o Natalia Tena en 10.000 kilómetros, merecían más el premio de actriz revelación. Por su parte Yolanda Ramos no pudo ocultar su decepción al no recibir el galardón en esa categoría por Carmina y amén, título por cierto perjudicado por la presbicia de los académicos, que no han sabido ver en ella la buena y reflexiva película que encierra, muy superior a su antecesora, la grosera aunque divertida Carmina o revienta. Además del triunfo máximo de La isla mínima, la presencia sevillana fue notable con unas poco afortunadas intervenciones de Alex O'Dougherty como hombre orquesta, y el Cabeza y el Culebra como estandartes del tipismo hispalense, a lo que hay que añadir más folclore de la mano del catalán Miguel Poveda.

Un año más, y van veintinueve, el premio a la mejor película europea lo recogieron sus distribuidores. A estas alturas no creemos que se trate del desprecio del cine europeo a nuestra industria, sino más bien la ineptitud del comité organizativo para procurar la asistencia de los nominados. Al Festival de Sevilla no le cuesta tanto atraer a los cineastas convocados. Resulta una desfachatez en toda regla nominar una película más argentina que española como Relatos Salvajes a nueve nominaciones para finalmente sólo otorgarle el más cantado de mejor película hispanoamericana. Que de todo su espléndido elenco sólo se destacase en las nominaciones al popular Ricardo Darín es otro despropósito. Como cruel resulta dejar a Clara Lago, cuyo trabajo quizás no destaque demasiado en Ocho apellidos vascos, como única protagonista sin premio del elenco de la película de Emilio Martinez Lázaro. También la estupenda Magical Girl se tuvo que conformar con un solo premio, el más previsible, a los que aspiraba. La verdad es que todos los galardones fueron previsibles; no hubo espacio para la sorpresa, por muy saludable que ésta sea en este tipo de acontecimientos. Nadie se acordó de Santi Amodeo, con quien Alberto Rodríguez dió sus primeros pasos, a pesar de que en el discurso de Gervasio Iglesias primó el buen rollo entre los compañeros de generación. Sí hubo emotivos recuerdos para Álex Angulo y Amparo Baró de mano de los ganadores al mejor actor y la mejor actriz de reparto. Y no menos emotivo fue el homenaje a Asunción Balaguer, presente en la sala y balbuceando en Resistiré del comienzo. Por último, aunque la música tuvo su protagonismo, en lugar de ciertas actuaciones y montajes mal encajados, una interpretación en directo de las canciones y partituras nominadas, aunque fueran abreviadas, tendría más sentido.

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