Debe ser una enorme satisfacción para Juan García liderar un proyecto tan emocionante y agradecido como éste, a la vez que constituir un esfuerzo extraordinario frente al cual nos aventuramos habrá pensado más de una vez en tirar la toalla. La desidia habitual de los jóvenes, más preocupados en otros menesteres que en atender a sus obligaciones y responsabilidades, y la aún peor desidia e incomprensión de las instituciones habrá desmotivado en más de una ocasión a este todavía joven director sanluqueño, enamorado y estandarte de la música contemporánea, siempre presente en los bellísimos programas que ofrece en estos conciertos de la Sinfónica de la Universidad y el Conservatorio Manuel Castillo de Sevilla.
Y precisamente de Manuel Castillo fue el concierto con el que disfrutamos del docto dominio a la guitarra de Jesús Pineda, doblemente vinculado a las dos instituciones que patrocinan la orquesta. El del compositor sevillano es un concierto deliberadamente conservador, de estructura y gramática tan tradicionales que evocan al referente habitual que es Joaquín Rodrigo, aunque sus líneas son más simples y se permiten alguna que otra deconstrucción. Poca sorpresa en la orquestación, y mucho abuso de las escalas en la parte solista, que Pineda controló con buen gusto y mucho equilibrio, arropado por una siempre atenta cuerda, la familia mejor controlada de la noche. Porque en La consagración de la casa (Die Weihe des Hauses) de Beethoven, última de sus obras escénicas, los metales reminiscentes de Haendel tuvieron sus más y sus menos, contribuyendo a algunas caídas de tensión, pero la cuerda logró exhibir el brillo y la majestuosidad que informa la pieza.
El toque más vanguardista, aunque date de principios del siglo pasado, lo puso La pregunta sin respuesta del norteamericano Charles Ives, una evocadora y hechizante pieza que se ha convertido con el tiempo incluso en inspiración para bandas sonoras de películas de ciencia-ficción, como atestigua la compuesta por James Horner para Wolfen en 1981, auténtico plagio de la pieza de Ives. Con trompeta y vientos dialogando de balcón a balcón, fuera del escenario como ordena la partitura, García mantuvo la cuerda sostenida en perfecto equilibrio, controlando dinámicas y logrando esa atmósfera inquietante e irreal que precisa su carácter metafísico y existencialista. Pero la joya fue sin duda la Trágica de Schubert. Tan frecuente es despojarla de su carácter trágico que se ha llegado a decir que el título no es más que una impostura, de forma que lo habitual es enfrentarse a ella con un espíritu más alegre y desenfadado que el intencionado. No ocurrió así con García y los jóvenes integrantes de la Conjunta, logrando una lectura de tempi brevi pero contundente, violenta y desasosegante, inspirando sin enfatizar un clima desconsolado, una huida desesperada y una intensa y febril desazón. Metales y maderas no funcionaron tan bien como en otras ocasiones, pero al margen de algún pequeño desequilibrio, la cuerda se deslizó de forma sensacional, gracias a un director entusiasta, entregado y con las ideas tan claras que sabe dar respuesta a cualquier demanda.
Criticar sin tener idea sirve de poco. ¿Me podrías decir qué tipo de formación musical tienes para escribir sobre el tema? Llevo un tiempo siguiendo estas "críticas", y se hace demasiado evidente lo perdido que estás en el tema.
ResponderEliminarGracias por seguirme
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