martes, 23 de junio de 2015

EL CONTROVERTIDO TALENTO DE JAMES HORNER


Hemos despertado hoy con la terrible noticia del fallecimiento de James Horner, uno de los compositores más representativos del nuevo sinfonismo de Hollywood que tanto predicamento tuvo durante las décadas de los ochenta y noventa del siglo pasado. Junto a Alan Silvestri, Hans Zimmer, James Newton Howard, Howard Shore, Basil Poledouris, Danny Elfman o incluso Bruce Broughton, que dirigirá a la ROSS dentro de unos días, Horner surgió al hilo de la renovación del lenguaje cinematográfico musical que supuso La guerra de las galaxias de John Williams, y el estilo inigualable de Jerry Goldsmith, maestro que inspiró a generaciones enteras de compositores de cine.

Sin menospreciar el talento que le llevó a crear bandas sonoras tan inspiradas como Leyendas de pasión, Cocoon, Tiempos de gloria, Casa de arena y niebla, Campo de sueños, El nombre de la rosa o En busca de Bobby Fischer, por citar sólo algunos ejemplos de los más de cien títulos que integran su filmografía, Horner fue especialmente objeto de polémica por la gran cantidad de ocasiones en las que su música imitaba descaradamente piezas del repertorio clásico sin que se acreditara, detalle que pasaba a menudo desapercibido para gran cantidad de aficionados al género. Notorio es el caso de Willow, una de sus muchas colaboraciones con el director Ron Howard, cuyo tema principal guarda una enorme similitud melódica con los primeros compases de la Sinfonía nº 3 "Renana" de Schumann. Pero no podemos olvidar que el Adagio del ballet Gayaneh de Kachaturian fue plagiado por el autor de Titanic en numerosas ocasiones, como Juego de patriotas o Aliens. Lobos humanos duplica prácticamente las notas más significativas de La pregunta sin respuesta de Charles Ives, así como los ecos del Réquiem de Guerra de Britten se aprecian en Troya. Incluso el propio Williams fue objeto de ese afán plagiador de Horner, que no dudó en emplear la misma fórmula del tema de los conspiradores de JFK en cintas como El informe Pelícano o Los fisgones. De lo que no cabe duda es de la cultura musical del autor fallecido, sin obviar la calidad que llegaron a lucir sus composiciones, al menos en la primera década de su carrera. 

En los últimos años, casi desde el éxito descomunal de Titanic, que le valió sendos Oscar a la mejor partitura y la mejor canción, su obra decayó considerablemente, sucediéndose títulos de escaso interés, como El niño del pijama de rayas, reminiscencia de su propio trabajo para Rebeldes del swing, también con temática nazi, las nuevas versiones de Karate Kid y Spiderman o sus trabajos para Jean-Jacques Annaud Oro negro y El último lobo. A pesar de todo no vamos a quitarle mérito al autor de Braveheart, del que siempre recordaremos bandas sonoras tan logradas como las citadas o Krull, Proyecto: Brainstorm, Fievel y el Nuevo Mundo y dos de las primeras entregas de la serie cinematográfica Star Trek. Su pérdida nos deja un poquito huérfanos a quienes nos iniciamos en esta maravillosa y agradecida aventura de la música de la mano de compositores como él, que no exigen mucho esfuerzo, satisfacen con sus inspiradas melodías y su frondosa orquestación, tendiendo ese a menudo conveniente puente entre la música popular y la seria, que tanto allana el camino a quienes más puedan resistirse al placer y la emoción de los grandes clásicos.



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