La primavera sevillana de Benjamin Grosvenor |
Sólo parcialmente supieron entenderlo así el piano de Grosvenor y la batuta de Halffter. Empezaron por el buen camino, logrando en el primer movimiento una exhibición de furia inusitada y evidente mordacidad tanto en la cuerda como en el discurrir de un piano humildemente resignado ante una maquinaria apabullante y amenazadora. Halffter mantuvo en el hermosísimo andante un clima pesimista y profundamente melancólico, pero para entonces Grosvenor ya se había decantado por un molesto sentimentalismo que acabó con nuestras esperanzas. En el tercer movimiento ambos se entregaron a esa manifiesta jovialidad, por supuesto impulsada por un impecable virtuosismo, con la que los menos avispados confunden esta obra maestra. Encima el joven pianista repitió las mismas propinas que ya ofreció en su concierto en solitario del pasado lunes.
Para la architransitada Quinta de Chaikovski Halffter hizo su habitual exhibición de claridad, extracción de los matices más inapreciables, musculatura y lirismo, pero no evitó decaer la tensión en momentos puntuales de los movimientos extremos. La suya fue una sinfonía dramática en el allegro inicial, noble y epatante en el andante, y elegante en el vals. Para el final optó por el optimismo que destila el triunfo de la fe por encima de la fatalidad del destino, reforzando la ambigüedad emocional inherente a la partitura.
Versión extensa del artículo publicado en El Correo de Andalucía el 13 de junio de 2015
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