Bruno Axel |
El inquieto, polifacético e innovador Bruno Axel introdujo hace exactamente un año y en el mismo espacio el atractivo proyecto Música en movimiento. Su tarjeta de presentación consistió en un concierto de estructura convencional, a cargo de unos cuarenta jóvenes músicos, con la particularidad de que cada pieza se ilustraba con dibujo en directo, videocreación y danza respectivamente. El entusiasmo y la impecable factura técnica del evento, unido a la virtud de su sencillez, conectaron con el público y las sensibilidades más exquisitas.
En ésta segunda fase del mismo proyecto, las artes dejan de estar al servicio de la música para ser ésta la que ilustre una propuesta eminentemente escénica y coreográfica. Un imaginado bosque como último refugio en nuestro planeta, cuya naturaleza ha sido devastada por el hombre y donde la esperanza de la regeneración la protagonizan los artistas (como en la película en cartel Tomorrowland), sirve a Axel y su equipo para crear un espectáculo más ambicioso y por lo tanto pretencioso que su precedente, en el que las proyecciones pasan a un segundo plano, la música suena amplificada y los bailarines danzan a placer. En los atriles fragmentos de las Variaciones Goldberg de Bach, arias de Haendel, música también de Vivaldi y Grieg y, sobre todo, composiciones originales de Axel, responsable también de los arreglos del resto de un programa en el que lo clásico se da la mano con el rock, el soul y la balada romántica standard.
Un momento del espectáculo del año pasado |
Lástima que las prestaciones del conjunto instrumental no estuvieran a la altura, perjudicadas por una amplificación innecesaria que llegó a eclipsar las partes cantadas y habladas de David Sánchez Haro, y no logró el maridaje conveniente entre viento y cuerda, con momentos de desajuste y estruendo considerable. Mejor resueltos estuvieron los solos de Leandro Perpiñán al saxo, el contratenor José Carrión y la vertiginosa exhibición del propio Axel al violín, acústico y eléctrico. En el apartado de ballet, las cuatro chicas y tres chicos, con un acrobático Raúl Heras a la cabeza, lograron con su esfuerzo y responsabilidad momentos de gran belleza, a pesar de ciertos desequilibrios individuales y alguna falta puntual de compenetración en los números de conjunto que no perjudicaron a la sensación de disfrute y versatilidad que transmitieron en todo momento. El montaje mantuvo en general un aire de fin de curso según el modelo importado de escuelas de arte, música, danza e interpretación americanos, al estilo de aquel I Sing the Body Electric con el que culminaba la película Fama de Alan Parker, que desde 1980 sigue informando la pasión por las artes escénicas en medio mundo.
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