Nuestra orquesta, buque insignia de la cultura con mayúsculas en nuestra comunidad, vuelve a sumirse en el desencanto y la dificultad. La retirada de apoyos por parte de una cada vez más mediocre y miserable clase política, vuelve a poner en entredicho su permanencia, o cuanto menos su calidad. Pero un buque que naufraga tenemos la obligación de salvarlo entre todos y todas; si los equipos oficiales de salvamento fallan o muestran su desidia, es el momento de actuar, manifestar nuestra voluntad de apoyo y formular propuestas e ideas que provengan de una fructífera imaginación. Sevilla es una ciudad con poder adquisitivo bajo y no se puede permitir resolver todos sus problemas con dinero. El Maestranza llena prácticamente con cada una de sus ofertas y sin embargo no es suficiente, independientemente de las muchas butacas que se ocupan sin previo abono de entrada, algunos para trabajar y aportar al conjunto una colaboración distinta a la del dinero. La ROSS necesita que propongamos ideas para sacar el buque a flote. Alguna podría pasar por una gestión que aproveche el potencial de una orquesta casi siempre entre las mejores del país, y si sigue así esta temporada podría erigirse en la mejor de todas. Un conjunto así en una ciudad tan turística como ésta podría con poco esfuerzo multiplicar sus dividendos ofreciendo programas vendidos de antemano entre touroperadores y agencias de viaje a grupos turísticos que no se conformaran con ver la Giralda y la Torre del Oro, asistir a un espectáculo flamenco, degustar gazpacho y paella o dar un paseo en barco por el Guadalquivir. Un público al que escuchar zarzuelas u óperas ambientadas en la ciudad supusiera otro aliciente, y en las mejores manos, las de los profesionales de una orquesta extraordinaria. Las instituciones públicas tienen el deber de velar por su cultura, lo hemos repetido hasta la saciedad; pero visto que no lo hacen y que tampoco lo vamos a resolver en las urnas, donde las fuerzas en lidia nos brindan pocas esperanzas, debemos actuar y optimizar los recursos de una orquesta que no podemos permitir que desaparezca.
Ya ha ocurrido otras veces, pero la ROSS se crece cuando surge la adversidad, quizás como manifestación de rabia y demostración de superioridad ética y moral. Lo que unido al trabajo excepcional que está realizando Axelrod, muy criticado como programador pero cada vez más respetado como director, está dando como resultado una temporada a nivel interpretativo sumamente estimulante. No hay más que escuchar los metales, que jamás sonaron tan bien como en estos últimos conciertos, y ocasión tuvieron para lucirse generosamente en este decimotercero programa, especialmente en el efectista final preparado para Los pinos de Roma, más allá de toda espectacularidad, con los efectivos situados desde todos los ángulos de la sala, haciendo que trompas y trompetas acudieran a la fiesta como si los hubiese grabado George Lucas en los estudios Skywalker. Axelrod sabe de estética cinematográfica y lo aprovechó en un concierto que tuvo mucho de ilustración fílmica, desde unos Pinos de Respighi que tantas partituras de romanos ha inspirado y que, al margen de un arranque un poco enmarañado y desequilibrado, remontó inmediatamente para revelarse como página de una sensibilidad extrema. El bullicio infantil en Villa Borghese, el respeto místico y solemne en las catacumbas, la majestuosa sensualidad de la naturaleza en el Gianicolo y la grandeza triunfal y lujuriosa en la Via Appia, encontraron su eco en una interpretación matizada y esmerada, cálida, imponente y deslumbrante.
La joven pianista ucraniana Regina Chernychko compareció por casualidad enfundada en un vestido del mismo color verde esperanza de los lazos que portaban los músicos de la orquesta. Su versión del Concierto para la mano izquierda de Ravel dejó clara evidencia de su dominio técnico, logrando plasmar su naturaleza rapsódica con notable expresividad. Faltó sin embargo algo más de crudeza y vulnerabilidad, y desde luego patetismo en el final. Sí acertó en plasmar la textura de un concierto tocado con las dos manos, y su interpretación logró ser volátil y reflexiva, en términos generales satisfactoria. Axelrod y la orquesta arroparon con brillantez y considerable tensión dramática, mientras la joven tuvo la delicadeza de regalarnos una sonata del Padre Soler como propina.
La consagración de la primavera, una de esas páginas que por más que se programen no nos cansamos de escuchar, tuvo una respuesta contundente y apoteósica por parte de la batuta y el conjunto. Sus continuos cambios de registro y bruscos saltos de ritmo y color fueron convenientemente salvados gracias a una dirección ágil y comprometida que acertó con el tono justo entre el hechizo, el misterio y la violencia devastadora. Una bienvenida a la primavera cruel y estremecedora, en la línea de la que casi contemporáneamente se estaba celebrando en la otra Maestranza, un ritual de tierra y sangre como el que Stravinsky retrató en su obra maestra, y que en esta nueva interpretación logró un efecto electrizante. La lectura de un manifiesto por parte de Juan Ronda, seguido del fulgurante final de la Quinta de Beethoven, a modo de rugido entre la rabia y la desesperación, puso punto y aparte a una cita emocionante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario