Dirección Kike Maíllo Guión Rafael Cobos y Fernando Navarro Fotografía Arnau Valls Colomer Música Joe Crepúsculo Intérpretes Mario Casas, Luis Tosar, José Sacristán, Ingrid García Jonsson, Claudia Canal, José Manuel Poga, Luichi Macías, Alberto López, Nya de la Rubia, Manuel Salas, Ignacio Herráez Estreno 22 abril 2016
Si algo demuestra el segundo largometraje de Kike Maíllo es que sabe enfrentarse a un trabajo complejo aunque aún no haya encontrado un estilo propio. Tras coquetear con el género fantástico y metafísico en Eva, con gran reconocimiento por parte de un sector poderoso de la crítica, se adentra ahora en otro género también con un marcado carácter internacional, el thriller trepidante y violento, sin que entre una y otra exista relación alguna evidente. En medio realizó por encargo un mediometraje romántico a mayor gloria de David Bisbal, que se interpretaba a sí mismo, Tú y yo. Toro representa la versión ibérica, dura y salvaje de Tarantino, desprovista de humor, y Nicolas Winding Refn, del que resulta inevitable referirse a Drive al ver esta película, incluido el uso de una banda sonora inquietante a la que sin embargo le sobran apuntes folclóricos. Los guionistas trazan una trama muy reconocible y recurrente, la del delincuente que quiere rehabilitarse, reintegrarse en la sociedad como otro ser corriente y empezar una nueva vida junto a su preciosa novia, la sevillana Ingrid Gª Jonsson. Pero un hermano incorregible y un pasado marcado por la fuerte personalidad de un implacable capo de la mafia de la Costa del Sol, se lo van a poner muy difícil. Afortunadamente el arquetípico argumento se somete a alicientes en forma de giros y situaciones irrespirables que le dan al conjunto una dignidad que la precisa y certera dirección del joven realizador acaba por convertirlo en un film apreciable. Salvadas gracias a estos aciertos las ridiculeces a las que podrían haber dado lugar la tendencia capillita del perverso o la inclinación por conceder credibilidad al material esotérico, la película se revela como un vehículo adrenalítico en el que el aspecto visual está tan cuidado como la verosimilitud de sus escenas de acción o la crueldad de los personajes y sus métodos expeditivos. El reparto está bien, incluso un Mario Casas convincentemente taciturno, entregado a una suerte y destino que le confirman como sujeto sin remedio ni esperanza. Las localizaciones en los espacios más decadentes de la Costa del Sol le confieren una atmósfera entre mitológica e infernal, notándose la mano de Maestranza Films en su impoluto y aseado trabajo de producción; todo lo cual deviene en un film de género, sin más pretensión que la de entretener y cumplir con lo prometido.
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