Guión y dirección Pedro Almodóvar, según los relatos “Destino”, “Pronto” y “Silencio” de Alice Munro Fotografía Jean-Claude Larrieu Música Alberto Iglesias Intérpretes Emma Suárez, Adriana Ugarte, Daniel Grao, Inma Cuesta, Darío Grandinetti, Rossy de Palma, Michelle Jenner, Pilar Castro, Susi Sánchez, Joaquín Notario, Nathalie Poza, Mariam Bachir, Blanca Parés, Priscilla Delgado, Sara Jiménez Estreno 8 abril 2016
Almodóvar ya lo intentó hace una década con La mala educación, hablar de esa herencia religiosa que tanto daño y desgracia ha provocado a tantas generaciones, incluida la suya. Pero aquélla no le salió bien y no supo canalizar bien el mensaje, quedando en un sainete con ínfulas criminales de escasa enjundia. Repite ahora en cierto modo el experimento, aprovechando para ello la fascinación ejercida en él por el tríptico literario de Alice Munro Destino, Pronto y Silencio, logrando conmover con esta trágica historia de mujer marcada por la desgracia e incapaz de sobrellevar su destino, invadida por un sentido de culpabilidad del que sólo es responsable esa maldita herencia católica que nos ha sido impuesta a hierro y fuego y arrastramos inevitablemente, incapaces de superarla por muy agnósticos y progresistas que nos hayamos vuelto. Su personaje central, posiblemente junto al de Carmen Maura en ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, el de Penélope Cruz en Volver, y en menor medida el de Marisa Paredes en La flor de mi secreto, es el más logrado, pulido y abrillantado de su filmografía. Un personaje que de tanto relieve como exhibe exige del trabajo de dos actrices, una siempre maravillosa y otra que nunca lo fue tanto hasta caer en manos del director manchego, para darle vida no sólo en dos edades diferentes sino con dos dimensiones complementarias y combinadas. Julieta lo tuvo todo para ser feliz, es una mujer supuestamente triunfadora que, sin embargo, el destino se ha empeñado en herir y maltratar. Nada que no hubiera podido superar, eligiendo una nueva vida, empezando de cero o dejando el mal trago atrás. Pero para eso está la cultura de la opresión, el castigo, la redención, la penitencia y la dichosa culpabilidad, que le hace incapaz de sobrellevar tanta carga y depresión. Julieta marca un giro en la carrera del afamado y prestigioso director, obligándole a presentar su película más sobria, contenida y austera hasta el momento, sin apenas apuntes humorísticos y sin tregua al sufrimiento de la protagonista. Pero no por ello renuncia a su estilo colorista, consiguiendo que el primer trabajo de Jean-Claude Larrieu, habitual en las películas de Isabel Coixet, a sus órdenes sea tan almodovariano como del de José Luis Alcaine o Rodrigo Prieto, y siguiendo más que nunca hasta ahora esa línea de admiración que profesa al melodrama suntuoso de Hollywood de los años cincuenta, con Douglas Sirk a la cabeza. No se hacen ya películas como esas, y Almodóvar consigue con este difícil trabajo recuperar ese estilo sin por ello ceder un ápice al suyo ni ofrecer un producto rancio o anticuado. Emma Suárez y Adriana Ugarte hacen un trabajo espléndido interiorizando el dolor de la pérdida y la incomprensión, mientras el resto del elenco consigue un trabajo cuanto menos convincente, como esa Rossy de Palma especie de Sra. Danvers de costa gallega o Michelle Jenner como diseñadora a través de la cual Almodóvar se permite el único guiño al público que busca en su cine los tics de siempre, haciéndole acompañar en una secuencia de una troupe que incluye a David Delfín y una bigotuda Bimba Bosé. Aún confesándome admirador del cine de Almodóvar, nunca he conseguido emocionarme con sus historias hasta donde él parece pretenderlo, y debo decir que ésta es la que más cerca ha estado de hacerlo. Julieta es trágica y triste pero entretenida y amena, con excelentes interpretaciones, un extraordinario cuidado en su puesta en escena, con los habituales elementos intelectuales y cultos de atrezzo, bien escrita y mejor articulada; recomendable.
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