Más de medio siglo ha tenido que pasar para que en Sevilla se pase de patear los números musicales de las películas de Astaire y Rogers y bailar en el Hotel Cristina al ritmo de orquestas de muy escaso relieve, a generarse una corriente que resucite la pasión por el swing bañada ahora por el cariño hacia lo bien hecho. Surge así el Festival Swing de Sevilla, auspiciado por la Asociación Musical y Cultural Crazy People y la Academia Sevilla Swing Dance. Una manifestación que cumplió su cuarta edición el pasado fin de semana con numerosas actividades entre conciertos, exposiciones, charlas, cursos y encuentros, que le dan una verdadera entidad festivalera. Y en la cumbre de esta cita, la actuación por primera vez en España de la cantante norteamericana Meschiya Lake.
Estuvo acompañada no por su banda habitual, The Little Big Horns, con los que ha grabado sus cuatro discos hasta el momento, sino por Dizzy Birds, con residencia en Berlín pero integrada por músicos de distintas nacionalidades, entre ellos el sevillano de divertido nombre artístico Carlos St. Ana. Más de hora y media de excelente swing con esta joven diva cinco veces considerada mejor vocalista de jazz de Nueva Orleáns, que nos trajo ese característico sonido dixie del sur y que hizo bailar incansablemente a la afición, como los aguerridos personajes de la novela de Horace McCoy They Shoot Horses, Don't They?, cuya adaptación cinematográfica a cargo de Sidney Pollack se tradujo aquí por Danzad, danzad, malditos.
Ataviada como una auténtica pin-up girl y aderezada con multitud de tatuajes cual exótica belleza del Pacífico, Lake exprimió su lado más sensual para corroborar su pasión por Bessie Smith, a la vez que en su estilo personal, respetuoso pero a la vez contemporáneo, se colaban referencias a Billie Holiday (Fine and Mellow) y Ella Fitzgerald (Satan Your Kingdom Must Come Down). La rutilante estrella combinó canciones originales de su repertorio con otros clásicos como Some of These Days, Running Wild o When I Get Low, I Get High, primando su dominio de la sensualidad, una técnica capaz de afrontar con fortuna los más variados registros, y habilidad para el baile. La banda destiló un sonido metálico, rotundo y dinámico, mientras entre escenario y público un nutrido número de aficionados y aficionadas bailaron con enorme energía y disciplina. Antes, la banda madrileña Manouchesque calentó los ánimos ofreciendo su particular recreación del genuino sonido gipsy de Django Reinhardt, con un estupendo Aldo Aguirre emulando el violín de Stephane Grappelli. Cabe sólo objetar a la organización no ofrecer una pausa y un ambigú; tres horas son muchas para encima ver a Lake y su banda engullir cerveza en el escenario sin sentir sana envidia.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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