Para su último concierto de esta temporada la ROSS nos invitó a disfrutar del mar, una solución refrescante para el intenso calor que nos acompaña en el ecuador de julio, con muchos de sus abonados disfrutando de las vacaciones, situación que esperemos se resuelva en estos días de reunión y encuentro entre los directores artísticos de orquesta y teatro. Un mar diseñado por el trazo colorista, brillante y sensual del impresionismo francés, y dirigido por la batuta solemne y segura de un Axelrod que se decantó por arroparlo con una estética envolvente y sugerente para describir estas atmósferas marinas en las que el amor y el mito estás tan invocados como las misteriosas y desconocidas profundidades de nuestros océanos.
Los versos de Maurice Bouchor inspiraron el Poema del amor y del mar de Chausson, una singular pieza vocal y orquestal con un estilo clásico influido por Wagner y Franck, que combina una paleta tonal y un amable cromatismo rico y muy melódico. Para lograr una interpretación justa y refinada es imprescindible dejarse llevar por su sensibilidad poética, y tanto María José Montiel como John Axelrod lo consiguieron. La mezzo madrileña tradujo su compleja telaraña de emociones en una atormentada y apasionada declaración de amor dejando correr la voz a sus anchas, con mucha naturalidad en los registros agudos y puntual dificultad sin importancia en los más graves, salvando la actuación en general con muy buena nota. Axelrod la arropó con acordes retorcidos y seductores, reflejando la fuerza del mar y sus emociones.
Antes El mar de Debussy fue sin embargo menos satisfactorio, menos turbulento de lo acostumbrado, por lo que su carácter sensual y erótico fue sustituido por un mayor énfasis en sus aspectos misteriosos e intrigantes. El director acertó por otro lado a reflejar su intrincado mosaico de detalles. Más sensual quedó Sirenas, el tercero de sus Nocturnos, otra irresistible llamada del mar que tiene en las vocalizaciones femeninas su mejor baza, si bien éstas sonaron menos espectrales de lo conveniente, muy austeras y demasiado pujantes. Mucho mejor, ya combinadas con las voces masculinas, en la Suite nº 2 de Daphne y Cloé, que coincide con la tercera y última parte del ballet o sinfonía coreográfica de Ravel. Su majestuosa introducción, de actualidad gracias al uso repetitivo que de ella hace la banda sonora de una de las mejores películas estrenadas este año, Z La ciudad perdida, se salvó con una intensidad emocional deslumbrante, que ya no abandonó hasta el final, un punto y aparte hasta que en septiembre arranque una de las temporadas más ambiciosas y recargadas de la orquesta.
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