Noruega-Alemania-Suecia 2017 106 min.
Guión y dirección Iram Haq Fotografía Nadim Carlsen Música Lorenz Dangel y Martin Pedersen Intérpretes Maria Mozhdah, Adil Hussain, Ekavali Khanna, Rohit Saraf, Ali Arfan, Sheeba Chaddha, Jannat Zubair Rahmani, Lalit Parimoo, Nokokure Dahl, Isak Lie Harr Estreno en el Festival de Toronto 9 septiembre 2017; en Suecia 9 marzo 2018; en España 17 agosto 2018
Hace apenas unos meses se estrenaba Custodia compartida, un film de Xavier Legrand sobre violencia de género tratado como auténtica pesadilla de terror. Ahora le toca el turno al choque cultural entre occidente y oriente que sufren las generaciones que han crecido en Europa a la sombra de sus países de origen, que recibe también un tratamiento claro y evidente de cinta de terror por parte de su directora, que a la sazón ha sufrido en propia persona el martirio juvenil que denuncia. Éstos son los auténticos terrores que azotan nuestra rutina y generan mayor desasosiego entre nosotros y nosotras, por encima de demonios y fantasmas, que a menos que se descubran nuevas fórmulas, como en la reciente Hereditary, no provocan más que hastío y aburrimiento. Con sólo una película en su haber, I Am Yours, una romántica crónica también con el choque cultural aludido como telón de fondo, la realizadora noruega de origen paquistaní Iram Haq consigue ahora una película desgarradora, inquietante y aterradora casi desde el minuto cero, sobre una joven atrapada entre un mundo de supuesta libertad y respeto a su individualidad, y ese otro lastrado por una cultura represora y hasta castradora, en la que el que dirán – título internacional por cierto mucho más ilustrativo que el elegido por nuestros sabios distribuidores – cobra una importancia trascendental. Una situación que a quienes vivimos en regímenes presuntamente democráticos y laicos puede resultarnos chocantes, pero que no olvidemos sufrimos hasta hace poco también en nuestras carnes, y aún se dan en ciertos ambientes y situaciones. Es la herencia de culturas asentadas fundamentalmente en religiones, algo de lo que esta película se hace ingeniosa e inteligentemente eco con alguna secuencia sorprendentemente aterradora de contornos absolutamente bíblicos, aún a riesgo de parecer incoherente con el discurso interno de este drama asfixiante. Y es que hay una segunda intención en esta demoledora seudoficción; se trata de una difícil relación paterno filial en la que la falta de comunicación y la sinrazón ciega y burda impiden cualquier tipo de entendimiento, aunque en el fondo haya más de un punto en común entre ellos y cierta implicación cultural por parte del progenitor en el mundo en el que le ha tocado vivir. Más miedo da sin embargo la postura incomprensiblemente cerrada del hermano de la protagonista, tan anclado en ese bagaje machista y superficial como sus ancestros. Pero en el fondo lo que más aterra es lo solos que podemos sentirnos en más de un momento de nuestras efímeras e incomprensibles vidas, más grave aún cuando son nuestros seres queridos, y más concretamente la cacareada familia, quienes nos dan la espalda y esgrimen el corrupto significado de la culpa para martirizarnos, en favor de un qué dirán tan impreciso como lacerante. Impecables las interpretaciones de padre e hija, especialmente ella y su gesto de desbordante terror, incapaz de asimilar todo lo que se le viene encima como consecuencia de una conducta sólo reprobable por quienes están dominados por la mezquindad más absoluta, producto de esa losa religiosa que tanto mal ha hecho a una humanidad siempre en peligro.
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