Con el lógico calor ya encima nos entregamos a una propuesta tan singular como atractiva, libres de todo prejuicio y curiosos por lo que habrían de ofrecernos dos de los máximos integrantes del ensemble Le Tendre Amour a través de una variopinta selección de piezas con las que maridaron el barroco y la música popular latinoamericana del pasado siglo. Un ejercicio que en cierto modo nos recordó al recorrido por la historia de la esclavitud que protagoniza uno de los últimos registros de Jordi Savall, aunque aquí la intención programática estuvo puesta en otro objetivo, un muy elaborado viaje del día hacía la noche como si se tratara de ilustrar a Eugene O’Neill. De manera que lo que así ofrecieron el clavecinista argentino Esteban Mazer y la violagambista cubana Lixsania Fernández, afincados en Barcelona, distó mucho del conformismo y la salida facilona con la que a menudo se abordan estos programas veraniegos.
Versatilidad y creatividad son dos palabras que se adaptan muy bien al buen hacer de esta pareja de músicos, especialmente una tan ecléctica como exótica Lixsania Fernández, capaz de lidiar satisfactoriamente con su pesada viola de gamba y el micrófono trasto con el que proyectar una voz que moldeó a discreción, adaptándola a las diferentes estéticas propuestas, y a veces, como en Se l’aura spira de Monteverdi, adaptando la pieza a sus posibilidades sin por ello sacrificar calidad ni estilo. Fernández y Mazer nos llevaron desde el amanecer a la placidez de la madrugada en un ejercicio que se nos antojaba como aquél que a principios de los noventa se realizaba en Radio Clásica, cuando los oyentes ilustraban con música sus relatos viajeros.
La experiencia comenzó con la artista cubana entonando Al alba venid en perfecto estilo, quizás la voz un poco temblorosa, lo que remedió poco después. De continuo desplegaron La dama le demanda de Antonio de Cabezón y el vivace de una sonata de Haendel, buena muestra de ductilidad y maleabilidad al arco y el teclado, aunque en ella, con un fraseo cristalino y un considerable dominio técnico, se acusara un sonido áspero que también logró superar inmediatamente. Unas exquisitas interpretaciones del Grand ballet de Marin Marais o La Buisson de Forqueray enmarcaron el que fue a nuestro juicio el punto álgido de la noche, una Siciliana de Telemann de honda emotividad seguida de una intensa recreación del espíritu criollo en Oguerre de Carlos Valdés “Patato”. También Mazer tradujo al teclado satisfactoriamente piezas no concebidas para él, como Los ojos de Pepa de Manuel Saumell Robredo y Chingolo del argentino Carlos Guastavino. Incluso la famosa Nana recuperada por García Lorca encontró en la voz de Lixsania una intérprete ideal, dulce y sensible, mientras en Susanna Passeggiata de Bartolomé de Selma y Salaverde, la violagambista desplegó un virtuosismo técnico y expresivo de notable calado emocional, hasta que la velada se fue apagando tenue y delicadamente con La Rêveuse de Marais.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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