Miércoles 22 de agosto de 2018
Rafael Ruibérriz y el Cuarteto Francisco de Goya vienen grabando desde noviembre pasado la integral de quintetos reconocidos para flauta de Luigi Boccherini. Cada sesión ha ido seguida de su interpretación en concierto, primero el Op. 17 en Cádiz, después el 19 en febrero en el Hospital de la Caridad y ahora el más distanciado en el tiempo 55 en las Noches del Alcázar. Un esfuerzo considerable, más teniendo en cuenta que han empleado para ello, como suele ser habitual, instrumentos concebidos con carácter historicista, lo que puede afectar a la sedosidad y sensualidad de las páginas, pero contribuye a generar una percepción más fiel del trabajo del compositor luqués afincado en los dominios del Infante Luis Antonio de Borbón.
La ocasión hace justicia a un puntal del clasicismo, quizás anclado parcialmente en un desfasado rococó, seguramente por lo alejados que solíamos estar en este país de las vanguardias europeas, lo que no fue un obstáculo para competir con Haydn en lo que a creación del cuarteto clásico se refiere, extensible a sus numerosísimas composiciones para otras formaciones camerísticas protagonizadas fundamentalmente por la cuerda. De ello constituyen insigne demostración estos seis quintetos concebidos indistintamente para oboe o flauta, más divulgados con el primer instrumento y reivindicado ahora por este valioso y joven conjunto de cámara español, sobre todo en su vertiente historicista, lo que constituye prácticamente una novedad. Ruibérriz, que ilustró la velada con detallistas notas biográficas del autor, ha logrado con el paso de los años definir un estilo propio basado en la sutileza y la amabilidad, reprimiendo el lucimiento vigorizante y virtuosístico con el que otros atacan estos repertorios. En sus manos la flauta suena dulce, amable y llena de encanto, muy integrada en el resto del conjunto, henchida de poética envolvente y muy atenta a detalles rítmicos y melódicos con su meticuloso fraseo.
Los y las integrantes del Goya ejercieron su parte con mucho interés y notable profesionalidad, logrando a pesar de la aspereza instrumental momentos de gran seducción tímbrica y asombrosa intensidad. Los centelleantes arpegios de Gutiérrez armonizaron con la fuerza evocadora de Marías al violonchelo, instrumento al que Boccherini prestaba especial atención como gran intérprete de él que era. Benito y Mayoral contribuyeron con fuerza y a la vez elegancia y armoniosidad a convertir estas pequeñas obras en rutilantes piezas de orfebrería, con enérgicos y vibrantes allegros y minuetos, así como expresivos y melancólicos andantes. Una forma de hacer justicia al catálogo de quien vivió en un país que nunca ha sabido vender lo suyo; de hecho tuvo que confiar en Pleyel de París, entre otros, la publicación de sus obras. En otras lides quizás hubiera rivalizado con Mozart y Haydn en lugar de ser un secundario de lujo.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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