Cita en Maestranza. Víctor y Luis del Valle, piano. Programa: Allegro en La menor D947 “Lebensstürme” y Fantasía en Fa menor D940, de Schubert; Chiaroscuro, de Corigliano; Ma mère l’oye y La Valse, de Ravel. Teatro de la Maestranza, lunes 24 de enero de 2022
Naturales de Vélez-Málaga y con familia en Sevilla, Víctor y Luis del Valle son en España lo que las míticas hermanas Labèque en Francia, con la consabida diferencia generacional. Ya nos habían sorprendido en una anterior y temprana comparecencia en el Teatro de la Maestranza, y más tarde acompañando a la también malagueña Pasión Vega en este mismo escenario. El empacho de conciertos este pasado fin de semana, la lluvia y que fuera lunes seguramente influyeron para que el auditorio se encontrara a media entrada, o incluso menos, pero ello no fue óbice para que los talentosos hermanos se entregaran a fondo en un concierto para el recuerdo. Ni siquiera utilizaron partitura en ningún momento en una cita en la que imperó la simetría, con una primera parte protagonizada por Schubert a cuatro manos, un Corigliano que alternó cuatro manos y dos pianos actuando como bisagra, y un final con Ravel a dos pianos.
Los hermanos del Valle arrancaron con una obra de circunstancia de Schubert, un allegro de sonata de altos vuelos y considerable sofisticación en el que pudieron lucir agilidades combinadas con un notable sentido del lirismo y la expresividad. Del mismo año fatal para el autor, 1828, data también una pieza que es clave e imprescindible en el catálogo para el piano a cuatro manos, la Fantasía D940, cuyo inquietante y elegantísimo tema principal sirvió a Maurice Jarre como base para componer una banda sonora que le valió un Globo de Oro en 1999, Sunshine de István Szabó. Víctor y Luis hicieron una interpretación de la pieza generosa en recursos, de articulación extremadamente estilizada, con frecuentes retardandi y elocuentes y alargados silencios cada vez que se procedía a reexponer dicho tema principal, y un sentido global de lo estético y lo melancólico verdaderamente sobrecogedor. Recursos que podrían haber dado lugar a una interpretación afectada e impostada, pero que en ellos sonó natural, sincera y perfectamente equilibrada.
Con la obra de John Corigliano, Claroscuro, alternaron la interpretación a dos pianos con piano a cuatro manos, pero no se afinó uno de ellos un cuarto de tono por debajo del otro como propone la partitura, por lo que el resultado debió forzosamente ser distinto al concebido por el autor. Aun así sirvió para desplegar agilidades y experimentar con la atonalidad hasta donde la página lo permite. Fue así como lograron transmitir esa sensación de luz, sus sombras y destellos en una pura exhibición de virtuosismo y con una coordinación extraordinaria, visible también en las miradas de complicidad y armonía que se proferían. Ya a dos pianos desplegaron una honda emotividad en Mi madre la oca, página que estamos acostumbrados a escuchar en orquesta y que en esta su versión para dos pianos (la original es para piano a cuatro manos) despliega una ternura extraordinaria. Sin abandonar en ningún momento la atmósfera encantadora que la informa, los hermanos se adaptaron a sus distintos caracteres, combinando tonos delicados y deslumbrantes en una visión conmovedora con todos los colores y personajes tratados sin afectación ni artificio, hasta alcanzar el clímax con un dulce y a la vez apasionado final en el Jardín encantado. Después La valse resultó toda una experiencia catártica, en su versión original, no a piano solo u orquesta como estamos acostumbrados a disfrutar este poema coreográfico. Todo un suntuoso y apoteósico torbellino, avanzando en episodios volátiles y culminando en pura destrucción de la esencia misma del baile vienés por antonomasia. Las propinas, una danza húngara de Brahms y posiblemente otra eslava de Dvorák, dieron paso a otra demostración de prestidigitación de los dotados y compenetrados hermanos pianistas.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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