La memoria juega malas pasadas y cuando creíamos que El lago de los cisnes se había representado ya demasiadas veces en nuestro teatro, nos damos cuenta de que la última vez fue hace ya nueve años, así que tocaba. Fue entonces una producción del ballet de Kiev realmente decepcionante, en la que no funcionó prácticamente nada, ni siquiera a nivel musical. Por el contrario el prestigioso Ballet del Teatro Aalto de la ciudad alemana de Essen nos encandiló hace seis con su particular y despampanante Romeo y Julieta, por lo que las expectativas ahora eran grandes. Y se cumplieron, gracias al arrojo y el entusiasmo que el coreógrafo belga y director general de la compañía desde hace más de una década, Ben van Cauenbergh, pone en cada empresa que acomete. Esta se estrenó con considerable éxito en 2018 y llega ahora a nuestro escenario con parte del mismo elenco y el mismo entusiasmo demostrado entonces.
La producción de Cauenbergh y el Ballet Aalto de Essen respeta el orden musical de la pieza, su estructura original en cuatro actos y la coreografía de Petipa e Ivanov, que es la que más ha sobrevivido de todas las propuestas a lo largo de los años, a pesar de mostrarse algo desgastada y un poco mustia pero convenientemente puesta al día por el talento y la pericia del director belga. Sin embargo atisba el ingenio de modificar sustancialmente su argumento para hacerlo más creíble, ofrecer un final feliz en el que el rol femenino no tenga que sacrificarse por amor, y prescindir de la escena de caza inicial, desconozco si con intenciones animalistas o no, pero lo cierto es que así es como se actualiza un espectáculo sin traicionar sus cimentos. El sueño profundo en el que cae rendido el príncipe logra encajar estos cambios radicales sin que la partitura ni el baile se resientan. Una meticulosa puesta en escena, cambios de decorado amenizados con sugerentes y poéticas proyecciones en video sobre el telón, espectaculares cambios de vestuario y ambiente según la realidad y el sueño, y un sensacional cuadro final protagonizado por una tela azul elegantemente desplegada por el bailarín Moisés León y convertida en las aguas que zozobran y engullen al enamorado príncipe antes de despertar, hacen de esta una producción memorable y satisfactoria a todos los niveles.
Liam Blair fue el primer Sigfrido de este montaje |
Aunque al principio nos pareció que la dirección del joven Wolfram-Maria Märtig resultaba algo morosa, enseguida apreciamos la robustez y la agilidad de su cometido, ofreciendo junto a la excelente participación de la Sinfónica un Lago de los cisnes así mismo de ensueño. La bellísima y variadísima partitura de Chaikovski sonó espléndida y esplendorosa, con rendimientos impecables de todas las familias instrumentales, y solos sensacionales de la concertino Alexa Farré, que en la Danza rusa se adaptó con gusto y agilidad al estilo zíngaro del número y en el paso a dos del segundo acto exhibió junto a la arpista Daniela Iolkicheva un dúo henchido de lirismo poético. También lucieron espléndidos los solos de trompeta en la Danza napolitana y de oboe en el famoso tema principal. Es un auténtico lujo poder contar con una orquesta en tan magníficas condiciones en el foso, una todo terreno que cumple tanto en sus conciertos como en sus intervenciones escénicas y que es capaz de enfrentarse al apoteósico final de este emblemático título con tanta fuerza, empuje y decisión.
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