No teníamos el ánimo precisamente para fiestas, pero desde su enérgica y radiante aparición en el escenario del Maestranza, el genial trombonista y más que competente director de orquesta sueco, Christian Lindberg, toda una leyenda en la interpretación de este difícil instrumento de viento, nos conquistó y logró que nos implicásemos con sencillez y naturalidad en su propuesta. Un programa diseñado por él mismo en el que tuvo el detalle de incluir nuestra ciudad por partida doble, a través de las Fanfarrias litúrgicas de Tomasi y del popurrí operístico que interpretó en la segunda parte del concierto. Entre medias, Lindberg hizo un exhaustivo recorrido por un repertorio concebido solo para orquesta de metales y percusión, algunas de cuyas piezas se incluyen en su flamante disco A Lindberg Extravaganza, editado hace una década. No solo brillaron los metales, sino también las camisas del director, roja primero y rosa tras el intermedio, que también lucieron un brillo muy a propósito. No es de extrañar pues que saliésemos del concierto con mejor ánimo.
Las fanfarrias que compuso Richard Strauss para dar la bienvenida a los invitados ilustres al Gran Baile de la Filarmónica de Viena, y que se siguen interpretando hoy día, encontraron en la sección de metales de la ROSS un vehículo ideal de lucimiento, refulgentes, majestuosas y en perfecta sintonía. Tras ellas vino la pieza sin duda más interesante del programa, la Fanfarrias litúrgicas que el francés Henri Tomasi compuso para su ópera Don Juan de Mañara, basada en una obra de Dumas padre que combina el mito de Don Juan con el caballero sevillano Miguel de Mañara. Tras un arranque solemne, continuó sombrío y pleno de lirismo para desembocar en un recitativo intenso del primer trombonista de la orquesta, continuar con un fuerte y enérgico galope y finalizar con un espíritu místico y misterioso recorriendo las calles de nuestra ciudad en rigurosa aunque poco convencional procesión de Semana Santa. Las breves pero eficaces fanfarrias del ballet de Paul Dukas La Pèri sonaron también apabullantes, mientras en la delicada Canzon per sonar septimi toni à 8 de Gabrieli, el conjunto encontró el tono perfecto, los acentos dramáticos y los colores adecuados para lograr una rendición de la pieza que sin traicionar su espíritu renacentista evocara esa manera de hacer a la antigua usanza, como tanto gusta a la estética inglesa empleada en sus fastos universitarios.
De las Miniaturas londinenses del especialista en arreglos para conjuntos de metales George Langford, fallecido hace apenas cinco años, la orquesta interpretó tres de sus seis movimientos, con paradas en una alegre pero comedida London Calls, un más recogido Green Park y un vibrante Trafalgar Square que repitieron en modo Ferrari como demandada propina. A nuestra orquesta le vino muy bien este ejercicio riguroso y exhaustivo para desengrasar y dar brillo y brío a su sección más compleja y difícil de dominar, y los resultados fueron altamente satisfactorios.
Como solista Lindberg solo ofreció dos piezas, y en ambos casos arropado por un conjunto de cinco instrumentos, con especial mención a la tuba, omnipresente y sumamente eficaz para marcar el ritmo y la intención. La hija de Lindberg, Andrea Tarrodi (el apellido lo cogió de la madre), es autora de los arreglos del Tributo a Tommy Dorsey, Glenn Miller y Jack Teagarden, grandes maestros del instrumento en su vertiente big band, alternando el blues de I’m Getting Sentimental Over You con el elegante foxtrot de la legendaria Moonlight Serenade, y el swing rápido de In the Mood y moderado de Blue Skies. Como demostración de la complejidad del trombón, hemos de reconocer que Lindberg no estuvo en todo momento afinado, errando levemente alguna entrada y pasaje aislado, aunque en general su interpretación lograra colmar nuestras expectativas. El conjunto le siguió con estilo pero sin la perfección que demanda el género y que sí apreciamos cuando hace algunas temporadas la Sinfónica alcanzó resultados espectaculares con Los siete pecados capitales de Weill. Otro medley, esta vez dedicado a célebres arias de ópera, sirvió a Lindberg para imitar la voz humana con proverbial plasticidad, recorriendo La flauta mágica, Madame Buttefly o Tosca hasta desembocar en la Canción del toreador de Carmen con acierto de espíritu y buen gusto melódico. Su energía arrebatadora sobre el escenario acabó contagiándonos y mirando la actualidad, aunque fuera por un momento, con otra perspectiva.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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